La Razón (Cataluña)

Las peores compañías

- Cristina L. Schlichtin­g

PuedePuede que no lo dijese en ese sentido, pero todos entendimos perfectame­nte la pregunta retórica de la ministra Margarita Robles sobre lo que un Estado tenía que hacer para defenderse de los que lo atacan. Hipocresía es una palabra suave para definir a los que conculcan las leyes y se saltan la Constituci­ón y ahora gritan que el sistema ha apisonado sus derechos.

Los independen­tistas no han vacilado en pulsar todas y cada una de las teclas del piano de la traición. Intentaron tejemaneje­s con Rusia, China e Israel. Vendieron la idea de España rota en embajadas por todo el mundo sufragadas a lo grande con dinero público. Compraron urnas falsas y amenazaron a funcionari­os leales para usar a su antojo los bienes del Estado, colegios, medios de comunicaci­ón, servicios. Espiarles era el deber de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, por supuesto, del CNI. De esa informació­n dependía la integridad física de los ciudadanos y la vigencia del Estado de derecho. Cabe esperar que las cosas se hiciesen bien, es decir, con las preceptiva­s autorizaci­ones judiciales. Si no, habrá que dirimir responsabi­lidades, en todo caso muy menores respecto a las de quienes pasaron meses y años pergeñando una ruptura nacional que nos podía haber costado un baño de sangre.

Uno de los más feos aspectos de esa siniestra historia fueron las cucamonas hechas a Putin, a expensas de la unidad europea. Ahora que la guerra solivianta a la opinión y demuestra la crueldad del ruso, los independen­tistas andan locos por centrar los focos en otro lugar y disimular sus feas andanzas. Y les viene de perlas el rollito de «Madrid nos espía». Llevan semanas gritando y montando alharaca, con todos sus muy subvencion­ados medios repitiendo el leitmotiv.

Por eso a ERC no le quedaba más remedio que decir «no» en la votación parlamenta­ria del decreto anticrisis. Que nadie piense que esto significa una ruptura entre el PSOE y Esquerra. El acuerdo marcha a las mil maravillas para ambos, enterrada ya la memoria de un denostado R ajo y que impuso con el 155 la Constituci­ón. Esto es sólo flor de un día.

Por otro lado, las cuentas le salían al Gobierno gracias a Bildu, que ha logrado un sobrado protagonis­mo y alcanza su propósito de convertirs­e no sólo en pieza indispensa­ble del poder, sino en partido «normalizad­o» y responsabl­e de la acción de gobierno. Con el apoyo de sus cinco diputados proetarras, el Ejecutivo ha sumado 176 síes, uno más que la mayoría absoluta. Resulta paradójica y casi monstruosa la declaració­n de Pedro Sánchez de que «ha prevalecid­o el interés general y la política sana, que piensa en los ciudadanos, frente a los que apuestan por la malsana». No se me ocurre política peor ni más malsana que la de Bildu. El favor de los de O te gil e costará al Gobierno asquerosos peajes, del tenor de la recién anunciada in corporació­n del partido abertz ale ala Comisión de Secretos Oficiales.

Se ha aprobado un decreto crucial para Sánchez, en el que se ratifican la rebaja de 20 céntimos por litro de gasolina, se limita al 2% la subida de los precios del alquiler, se aprueba la bajada de los peajes a la industria electroint­ensiva y el llamado bono eléctrico para los más desfavorec­idos, y se anuncian ayudas a la agricultur­a y pesca. De no haber salido adelanteel paquete, los problemas del presidente en las calles se hubiesen incrementa­do gravemente.

Hasta el último momento se mantuvo la duda sobre la posición del PP, que al cabo votó también contra. La razón fue la negativa a aceptarla in corporació­n de medidasque Feijóo considera cruciales para mejorar la economía, a saber, bajadas del IRPF para las clases medias y bajas o reduccione­sde impuestos. Lo que nos queda claro es el tipo de compañías que ha elegido el Gobierno.

Bildu alcanza su propósito de ser pieza indispensa­ble

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