La Razón (Cataluña)

El español traicionad­o y desahuciad­o en plena invasión

► Pedro Paniagua fue engañado por su ex pareja ucraniana y pasó ocho meses en soledad en una finca suya que estaba embargada. El jueves logró salir del país

- Macarena Gutiérrez.

PedroPedro Paniagua dice que no ha llorado tanto en su vida. Ni siquiera cuando murió su madre. Ha pasado los últimos ocho meses solo, en una casa en mitad del campo a 80 kilómetros de Kyiv. Sin hablar con nadie, comiéndose mucho la cabeza. La historia de amor que le llevó al pueblito de Mala Antonivka ha acabado en engaño, desahucio y ruina.

La conversaci­ón con LA RAZÓN se produce cuando Pedro está a cinco kilómetros de dejar atrás la pesadilla. Gracias a la organizaci­ón Help to Ukraine, a última hora del jueves pudo cruzar la frontera polaca. Mientras aguarda a que le arreglen la furgoneta en la que viaja, recuerda cómo empezó el capítulo más enrevesado de sus 55 años de vida. «Conocí a esta mujer ucraniana en Fuengirola (Málaga) a través de una aplicación de citas. Se llama Ludmila, Lucía, Milagros, Lula. Tiene más nombres que El Lute», relata con una carcajada final que le quita un poco de hierro a semejante drama.

Al principio, la relación con Ludmila le sentó muy bien. «Yo estaba recién divorciado y ella era cariñosa, me trataba bien. Buscaba a alguien de buen corazón. Me engatusó y caí como un chino. En enero de 2021 ya nos fuimos a vivir a Ucrania». La herencia de la madre de Pedro, apenas 20.000 euros, les dio para comprar la casa, la furgoneta y abrir un bar en el pueblo con el que ir tirando.

El problema fue que ella le pidió ir poniendo todo a su nombre «porque sería más fácil el tema del papeleo». Así fue como Ludmila terminó hipotecand­o la propiedad para devolver una deuda de la que Pedro no tenía noticia. Después, se marchó a Fuengirola de vuelta, dejándolo varado en tierra extraña. «Nunca me dijo nada, estaba entrampada hasta los ojos. En aquel bar no pagaba nadie, llegaba uno y le regalaba una botella de vodka. Se buscó otro novio a los dos días».

Dice que estos dos meses de conflicto han sido duros porque «tanta soledad te come la cabeza». Está seguro de que su ex pareja lo tenía todo planeado y que quizá no sea la primera vez que hace algo así: «Su hijo tiene dos órdenes de busca y captura por temas de drogas».

En su caso, solo la guerra retrasó un desahucio que por fin se ha consumado. El nuevo propietari­o entró en su casa el día que salió Pedro. Se le pone un nudo en la garganta cuando dice que ha tenido que dejar atrás sus dos perros, «los he criado yo desde chiquitill­os, solo espero que los cuide, yo les he dejado comida». Fueron su única compañía en lo peor de la invasión rusa, cuando las bombas que caían cerca hacían que el suelo temblara y los helicópter­os del Ejército ucraniano sobrevolab­an al ras la casa y los árboles frutales de la finca.

Para lo que sí le ha servido este encierro involuntar­io, reconoce, es para quitarse todos los vicios. «Es que está prohibido hasta el alcohol con la ley blanca esa. No se puede vender ni comprar, así que ni un whiskito he podido tomarme. La gente ha vuelto a hacer vodka casero».

Asegura que no le ayudó nadie del pueblo, con los que nunca pudo comunicars­e pese a que «les gustaban las cosas que yo cocinaba en el bar». Le preocupaba mucho pensar que si se caía o le ocurría algo iba a morir allí solo. «Cualquier cosa que quisieras comprar para comer valía el doble y, de pronto, todas las carreteras se llenaron de ‘checkpoint­s’ con militares fritos por apretar el gatillo, cruzaba con mi furgoneta y me hablaban en ucraniano, como si les entendiera».

«Las he pasado canutas, de verdad, ha sido tremendo. Prefiero olvidarlo cuanto antes y ver si puedo volver a empezar con el dinero que saque de la venta de la furgoneta». El relato amargo de este andaluz atascado durante meses en un país en guerra ha terminado bien gracias a la generosida­d de Carlos y Javier Fernández. Son los dos españoles que lideran Help to Ukraine, la organizaci­ón que ya ha sacado a más de 400 personas del atolladero, 40 de ellas de nacionalid­ad española. Lo hacen de manera altruista y llevan gastados más de 15.000 euros en extraccion­es de civiles como esta. Al cierre de esta edición, Javier confirma que Pedro se encuentra a salvo en Varsovia y añade un detalle. Al policía que acudió a buscarlo a la finca le estaba esperando una tortilla de patatas recién hecha.

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A la izq., dos helicópter­os sobrevuela­n la casa con un invernader­o (abajo) de la que ha sido desahuciad­o
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