Los héroes ucranianos juegan al fútbol
Incluso en tiempos de la Unión Soviética, el Dinamo de Kiev representó a su país plantando cara a los clubes de Moscú
El fútbol y la política siempre caminaron de la mano en Ucrania, donde John Huston encontró la historia que le inspiró su celebrada «Evasión o victoria» (1981), versión edulcorada al hollywoodiense modo del «partido de la muerte» que el FK Start, un combinado de los dos clubes de Kiev, el Dinamo y el Lokomotiv, disputó contra el ocupante nazi en el verano de 1942. Tras vapulear a distintos rivales en una serie de amistosos más o menos cordiales, los alemanes sacaron del frente a varios futbolistas profesionales destinados a lavar la afrenta con arbitraje de un oficial de las SS, que suspendió el choque cuando los ucranianos ganaban 5-3 entre la rechifla del público. Sólo tres integrantes de aquel equipo sobrevivieron.
Casi medio siglo después, mediados los ochenta, la sufrida Ucrania seguía oprimida por una espantosa tiranía, la comunista soviética, y continuaba encontrando algún consuelo en las hazañas de sus futbolistas. El Dinamo de Kiev fue el equipo más laureado de la URSS, con trece ligas ligas y nueve copas, superando a los odiados rivales moscovitas, y fue el primer club del país en levantar un título europeo, la Recopa de 1975 (los georgianos del Dinamo de Tiflis lo imitarían en 1981).
El artífice de esta eclosión internacional fue el entrenador Valeri Lobanovski, muñidor de una generación excepcional que lideraba Oleg Blokhin (Oleh Blojin tras la independencia de su país), Balón de Oro en 1975 no tanto por su gol en la final de la Recopa al Ferencvaros, sino por los tres que le marcó al Bayern de Múnich de Maier, Müller y Beckenbauer en la Supercopa europea también ganada por los soviéticos (0-1 y 2-0). Mediados los ochenta, el velocísimo delantero ambidextro seguía en activo, aunque en el doblete de la campaña de 1985 había cedido protagonismo a la generación de los Baltacha, Zavarov, Rats, Aleinikov y su sucesor en el Balón de Oro, Igor Belanov.
La Recopa 85/86 fue un paseo para los kievitas, con quienes el bombo fue benévolo en su camino a Lyon, pues Utrecht, Universidad de Craiova, Rapid de Viena y Dukla de Praga cayeron goleados uno tras otro. Pero en el estadio Gerland, debía vérselas con un Atlético revitalizado gracias a Luis Aragonés y que quería reverdecer los añejos laureles ganados en esa misma competición un cuarto de siglo antes, en el célebre desempate de Stuttgart ante la Fiorentina. La realidad, sin embargo, fue que no hubo partido. A los cinco minutos, Zavarov remachó un despeje corto de Fillol y el Dinamo controló el encuentro sin apuro alguno hasta los minutos finales, cuando sentenció por medio de Blokhin y Yevtushenko (3-0).
Ese Dinamo de Kiev fue la base, con Lobanovski y doce de sus futbolistas, de la selección soviética en el Mundial de aquel verano, donde Bélgica la eliminó en octavos al término del mejor encuentro del torneo, un 3-4 que se decidió en la prórroga y en el que Belanov marcó un triplete que le valió la nominación de mejor futbolista europeo del año. En los estadios mexicanos, los pocos seguidores del combinado de la URSS eran ucranianos de la diáspora que animaban a sus paisanos con banderas auriazules. Gorbachov llevaba algo más de un año en el poder y el imperio rojo estaba a punto de implosionar.
Un lustro después, la URSS dejó de existir y el Dinamo de Kiev se convirtió en el mascarón de proa de un fútbol ucraniano que conoció su momento de gloria en 2006, cuando llegó hasta los cuartos de final en Alemania, en su única participación mundialista hasta la fecha. Italia, en su camino hacia el título, apeó a una selección liderada en el campo por Andriy Shevchenko y dirigida en el banquillo por el mito Oleh Blojin. Dentro de unas cuantas semanas, a pesar de la guerra, los ucranianos pueden sellar su billete a Qatar con dos partidos de repesca frente a Escocia y Gales.