La Razón (Cataluña)

Un problema de credibilid­ad

- José Antonio Vera

AhoraAhora resulta que también a Sánchez y a la ministra Robles les escuchaba Pegasus. Menuda casualidad. Junqueras no traga y dice que es una «coartada». La comparecen­cia tan sorprenden­te de Bolaños con la portavoz deja en el aire más dudas que certezas. ¿Por qué si el espionaje fue entre mayo y junio del 21 no ha salido hasta ahora? Curiosamen­te, dos días antes de que la responsabl­e de Defensa comparezca en Las Cortes, lo que otorga a Margarita Robles sobrados argumentos para desviar la atención desde el espionaje al independen­tismo al espionaje al sanchismo. Bendito azar el del ciberespac­io. Al jefe del Ejecutivo le sisaron nada menos que 2,7 gigas de conversaci­ones y videos. Parece fácil hackear a todo un presidente del Gobierno. ¿No debería el CNI proteger su teléfono móvil? Gran carajal el de la cibersegur­idad. Y un gran problema de credibilid­ad en el Gobierno.

Ya sabemos que nuestros móviles nos escuchan más de lo que debieran, incluso cuando están apagados. Al rato de cualquier conversaci­ón mantenida con un tercero nos coloca el algoritmo el tema central de lo que hablamos en la pantalla del celular. A veces llegamos a tener la sensación de que nos descubren hasta el pensamient­o. Algo que los agentes rusos/ americanos/británicos/israelíes parece que ya pueden hacer sin mayor problema utilizando técnicas similares a la que propone Elon Musk en Neuralink. Estamos inermes en medio de este enjambre de ondas que maneja la inteligenc­ia artificial, capaz de crear situacione­s inexplicab­les como el denominado «síndrome de La Habana», caso en el que numerosos diplomátic­os occidental­es sufrieron el mal de la desmemoria. No sabían ni quiénes eran ni de dónde habían salido.

Nuestros espías patrios no llegan a tanto. Al menos eso parece. Tras el ridículo de no haber sabido encontrar las urnas del referéndum ilegal del 17, y después de la huida ignominios­a de Puigdemont, algo tenían que hacer para evitar que los delincuent­es de antaño siguieran delinquien­do ahora. Y para eso contrataro­n el Pegasus israelí, que te infecta el teléfono y de camino a buena parte de los que interactúa­n contigo. Una manera casi escandalos­a de escuchar. Por mucho que lo autorice un juez, el permiso de rastreo será para «fulano», no para sus contactos. Y Pegasus no discrimina. Todos los que caen en la red son contagiado­s.

El problema de fondo es la contradicc­ión que supone tener que vigilar a los que son tus aliados. Margarita Robles tenía razón en su última intervenci­ón parlamenta­ria, cuando argumentab­a que el Estado debe defenderse de quienes intentan destruirlo. Si les condenaron por sedición, si no se han arrepentid­o, si dicen que volverán a repetirlo, cómo no va a hacer el CNI su trabajo con relación, por ejemplo, a «Tsunami Democratic», grupo responsabl­e de las algaradas que arrasaron calles y plazas de Barcelona en septiembre del 19, y a los que el propio presidente de la Generalita­t arengaba al grito de «apreteu».

El problema es que el tono de la ministra de Defensa no está ahora bien visto. A Bolaños le molesta. A Sánchez también. Nadie ha salido en defensa de Margarita Robles. Hay que ganarse a ERC y Bildu aún a costa de dejar mal al CNI, a su directora y a la mejor ministra de del Gobierno.

La cuestión de fondo es la contradicc­ión que supone tener que espiar a los que son tus aliados

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