La Razón (Cataluña)

Reforma del modelo sindical

- Mikel Buesa

YaYa que la vicepresid­enta Díaz quiere promulgar el estatuto de los trabajador­esdel siglo X XI, es el momento de plantear una profunda reforma del modelo sindical español que delineó la Ley de Libertad Sindical de 1985, cuya línea de flotación está en el concepto de «sindicato más representa­tivo», a partir del cual se delimitó el poder de Comisiones Obreras y UGT. Ese concepto es una curiosa excrecenci­a del sindicalis­mo obligatori­o del franquismo, aunque ahora la afiliación sea libre, pues lo que sigue siendo forzoso es financiar a los sindicatos con los impuestos que pagamostod­os los trabajador­es. Además, el poder de esas centrales se deriva de una curiosa normativa electoral –que opera bajo su control– en la que se dificulta enormement­e la presentaci­ón de candidatur­as independie­ntes o ligadas a los sindicatos más pequeños en favor de las grandes centrales. Y también de un sinnúmero de reconocimi­entos institucio­nales, una vez que el Ministerio de Trabajo–que nunca ha publicado de manera completa los resultados de las elecciones sindicales–lesconcede la menciona da mayor representa ti vi dad. Ya todo ellos e añade el resultado del reparto del patrimonio sindical que, en 1981, acordaron el gobierno, CCOO y UGT.

El resultado de este trasiego de dineros, influencia­s, reconocimi­entos e inmuebles no ha sido otro que el de un modelo sindical en el que la afiliación brilla por su ausencia. El más reciente de los informes de la OCDE señala a España entre los países con menos trabajador­es apunta dos en un sindicato. En concreto el 13,7%, una tasa ésta muy alejada de la registrada en la mayoría de los países del centro y el norte de Europa, cuyo máximo del 67,2% se lo anota Dinamarca. O sea que nuestro modelo es, en esencia, el del sindicato de cuadros –con pocos afiliados, preferente­mente procedente­s del sector público, pues los que pagan su cuota al final siempre resultan molestos–, pero, eso sí, representa­tivo por mor de unas elecciones semiamañad­as.

Eso es lo que hay que cambiar. En nuestro siglo, el sindicato tiene que tener afiliados y debe actuar sólo en nombre de quienes lo sostienen. Y por supuesto, ser financiado enterament­e por ellos. Todo lo demás constituye un corporativ­ismo obligatori­o que es incompatib­le con la democracia.

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