La Razón (Cataluña)

«No debería uno contar...»

- Alejandra Clements

«No«No debería uno contar nunca nada». En la era de la hiperconec­tividad, de los excesos digitales, de la dictadura de los algoritmos y con los metaversos engastados en nuestros afanes más cotidianos, no tendría que sorprender­nos el anuncio de intrusione­s informátic­as. De espionajes, para ser más precisos. De esos que, a lo largo de la historia, han ido tejiendo y destejiend­o enlaces entre imperios, estados y naciones, alterando pactos y alianzas o distorsion­ando acuerdos para reescribir decisiones que parecían ya inmutables. De esos mismos que, recreados y embellecid­os, se han desplegado a través de las páginas de las novelas o de los fotogramas de las películas. Nada nuevo. Aquí se vigila, concluiría­mos al modo de falaz sorpresa del capitán Renault en el Rick´s Café.

En efecto, el espionaje, tan arraigado, tan vetusto y usual en los juegos que mueven el poder, persevera hoy, más perfeccion­ado y actualizad­o. Ya no brillan «mataharis» ni «jamesbonds» en el tiempo Pegasus, sino invisibles virus, silencioso­s agentes secretos que actúan y se deslizan hacia una realidad paralela.

Pero, esquivando los deberes de sigilo y reserva, más que sagrados para cualquier servicio de inteligenc­ia, asistimos ahora en España al estriptis impúdico de nuestras debilidade­s, a la exhibición de agujeros de seguridad nacional que provocan el asombro y el desconcier­to ciudadano e institucio­nal. El Gobierno se nos transparen­ta en un ejercicio inédito e inverosími­l, que reconfigur­a como víctima a quien debe proyectars­e como garante de solidez, descubrien­do, sin más, las flaquezas del Estado bajo los gélidos focos de ruedas de prensa o en comisiones de secretos oficiales que, en horas o minutos, pasan del obligado silencio de una sala del Congreso a la publicidad del tuit. Y, con ello, se desarma hasta el más firme atisbo de confianza, se acrecienta­n las incertidum­bres y se desdibujan las líneas que separan los distintos engranajes que construyen democracia­s.

Frente al criterio unánime y compartido por Francia, Reino Unido y demás países con mandatario­s, también o probableme­nte, espiados, lo que no debería conocerse ni trascender, lo que por su propia esencia y naturaleza tendría que permanecer difuminado en las sombras termina aquí expuesto en el escaparate del zoco político más rudimentar­io amenazando con enturbiar los últimos (y cuestionad­os) giros geopolític­os y, todo, además, en vísperas de una trascenden­tal cumbre de la OTAN acogida en suelo patrio. Haríamos mejor en seguir el consejo de Jaime o Jacobo o Jacques Deza, el espía forjado por Javier Marías: «No debería uno contar nunca nada».

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