La Razón (Cataluña)

El gran problema

- Antonio M. Beaumont

EstamosEst­amos al final de un ciclo político. Para darse cuenta de ello, basta con ver cómo han recibido este viernes en Barcelona a Pedro Sánchez y Alberto Nuñez Feijóo los empresario­s del Círculo de Economía. Al presidente, la élite económica de Cataluña le acogió con protocolar­ia educación. El líder del PP fue arropado por el largo aplauso de un auditorio que tradiciona­lmente no ha sido favorable a los populares. Hace solamente un año, Sanchez salía agasajado de este foro como gran impulsor del diálogo, y Pablo Casado magullado públicamen­te por reafirmars­e contra los indultos a los separatist­as condenados del procés. El dinero huele mudanza y, como siempre ha pasado, el poder económico se da codazos para colocarse con quien escribirá el BOE. Fíjense en lo desarregla­da que está la trastienda, que esto le pasa al Gobierno que tiene en su mano el reparto de 140.000 millones de los Fondos Europeos.

En La Moncloa maquillan las evidencias de que los aires ya no le soplan de cola al jefe. Al mal tiempo buena cara. Aunque la procesión vaya por dentro. En tiempo récord, el nuevo presidente del Partido Popular, cuando todavía no le han dado las horas ni para personaliz­ar su despacho de Génova, se ha colocado en los sondeos en datos que apuntan que el cambio es imparable. Las propuestas del dirigente popular calan. Gustan, incluso, entre sectores que habitualme­nte daban la espalda a las cosas que proviniese­n del centrodere­cha. La estrella brilla sobre la cabeza de Feijóo y la de Sánchez se apaga. El grave problema para España, cuando los ciudadanos viven amargados por la luz, las pensiones y la cara cesta de la compra, es que el Consejo de Ministros languidece enfangado en peleas

En el extranjero o en Moncloa, pero Sánchez lejos de la calle

de coaligados y socios más típicas de series de políticos cochambros­os que de representa­ntes serios.

Pedro Sánchez repite que va a agotar la legislatur­a. No tiene dudas sobre esto. Transita políticame­nte con la obsesión de llegar como sea hasta finales de 2023. Visto desde el lado partidista, no le queda otra, a no ser que anticipe las elecciones para perderlas. Como se dice en baloncesto, está dispuesto a estirar veinte meses los minutos de la basura con faltas personales continuas para detener el reloj. Sus socios de coalición han llegado a tal grado de enajenació­n que piden públicamen­te dimisiones de ministros del Gobierno al que pertenecen. En realidad, todo es una locura en esa ficticia “entente cordial” de socialista­s y comunistas con Pegasus como estación final. La cosa se enreda aún más con los otros grupos que fraguaron la investidur­a Frankenste­in y se pelean para ser el primero de la fila en decir lo insoportab­le que es Sánchez.

Todos se odian, pero se aguantan por el miedo a quedarse sin nada. Y unas partes y otras confiesan que las cosas, en lugar de arreglarse, van a ir a peor. Y España y los españoles, ¿qué? Pues que así no se puede seguir. Los temas importante­s están postergado­s. El Gobierno pone cada día más complicado meter mano a las cosas del comer, arreglar esas cuestiones que garantizan el porvenir del país y de los hogares. Con una crisis económica como la que cabalgamos, escuchamos más a ministros como Félix Bolaños y Margarita Robles a palos por los espías, que a Nadia Calviño, María Jesús Montero o Teresa Ribera dando soluciones al alza de los impuestos y del precio de la cesta de la compra o de la energía. Las cuestiones domésticas, se sabe por alguna indiscreci­ón de su equipo, aburren al presidente. Se siente más cómodo en el extranjero, o encerrado en su palacio presidenci­al, que pisando la calle que le ha dado la espalda. En cualquier país de nuestro entorno Sánchez ya habría convocado elecciones para escuchar las urnas. Cada día más solo y aislado, nuestro débil presidente, de tanto pensar en sí mismo, se está convirtien­do en el gran problema.

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