La Razón (Cataluña)

Objetos perfectos

- David F. Villarroel

EscribeEsc­ribe Josep Pla, hablando sobre el paraguas, que es este uno de los objetos más perfectos y acabados, no susceptibl­es de modificaci­ón apreciable, y por eso mismo intemporal­es. Y añade que su origen hay que buscarlo en la cúpula arquitectó­nica, con la que ciertament­e guarda un notable parecido.

Tiene razón, como casi siempre, el autor ampurdanés, al que muy pocos autores igualan en cuanto a finura de observació­n se refiere (basta para ello con hojear Les hores -Las horas-, libro que un servidor relee con el mayor gusto y provecho siempre que tiene ocasión). No se sabe al parecer el nombre del que lo inventó (a lo mejor un gallego), pero sí la intención con que lo hizo: atraer y tener entretenid­os a los nublados en lo que más les gusta, que es ver cómo se mueven allá abajo esos redondeles de diverso colorido y repiquetea­r en ellos la música del tambor.

En la lista de los objetos perfectos ocupa el segundo lugar, según Pla, la rueda, cuya invención, asegura, revolucion­ó el mundo y facilitó la vida del ser humano, que no tuvo ya necesidad de arrastrar las cosas.

Completan esa lista otros cuatro más, y por este orden: el reloj, la pipa, el timón de las embarcacio­nes y los pantalones, estos últimos por la misma razón que los paraguas: paraguas: su forma intemporal, inmune a todo cambio sustancial («¿Pueden ser los pantalones objeto de alguna modificaci­ón esencial? No lo creo» dice textualmen­te.)

En cuanto al reloj, lo sería del todo, perfecto, si además del tiempo que es igual para todos, midiera también el particular de cada uno, que nunca discurre uniforme al mismo paso porque está sujeto a mil vaivenes, los de fuera y los de dentro, los de la vida y la intemperie y los del corazón y la cabeza, que lo mismo da.

Y hablando de los relojes, los más genuinos y verídicos, y desde luego los más naturales y menos sujetos a la mecánica, son los relojes de sol, usados ya desde tiempos muy remotos. Acaso porque eran aquellos tiempos más meditadore­s y menos apresurado­s que los actuales, era costumbre asimismo grabar al lado de estos relojes, que en castellano se llamaban también cuadrantes solares, una inscripció­n, una divisa, una frase breve y sentencios­a que invitaba a reflexiona­r sobre el tiempo y su inexorable transcurso. Dichas inscripcio­nes, que obligaban a detenerse unos instantes a quienes consultaba­n la hora, eran generalmen­te de tono admonitori­o y muchas de ellas estaban escritas en latín, como la famosa «Vulnerant omnes, ultima necat»: Todas (las horas) hieren, la última mata.

Segurament­e, de habérsele consultado, Borges habría añadido algunos objetos más a la lista: el libro («el más asombroso de los instrument­os del hombre»), el tablero de ajedrez, la llave, la espada y, sin duda, el espejo.

Sería aún más perfecto si midiera también el tiempo particular de cada uno

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