La paradoja de Lopetegui Lucas Haurie,
► El técnico vasco meterá al Sevilla por tercera vez consecutiva en Champions, objetivo confeso del club, pero su puesto peligra
Sevilla FC (4-2-3-1)
Bono; Navas, Koundé, Diego Carlos, Acuña; Gudelj, Jordán; Lamela, Papu, Corona; y Rafa Mir.
RCD Mallorca (5-3-2)
Rico; Maffeo, Raillo, Valjent, Russo, Oliván; Kang, Babá, Salva Sevilla, Dani Rodríguez; y Muriqi.
Árbitro: Hernández Hernández. (Comité de Las Palmas). Estadio: Sánchez-Pizjuán, 20:30 h.
«El objetivo del Sevilla es hacer de la Liga de Campeones nuestro campamento base». Así se expresaba Pepe Castro el pasado verano, cuando Julen Lopetegui se aprestaba a dirigir a los sevillistas por tercera campaña consecutiva tras haberse clasificado cuarto, puesto de Champions asegurado sin sufrimiento ni suspense, en las dos campañas anteriores. En este final de curso, sólo una hecatombe improbable impedirá a los sevillistas clasificarse por tercer año consecutivo para la máxima competición continental. Ahí está el ansiado «campamento base». Y, sin embargo, es muy probable que el entrenador no siga pese a tener contrato hasta junio de 2024. ¿Raro? Según y cómo.
Se dice que una gran expectativa, si se incumple, genera una gran desilusión. Y resulta que, sin que nadie sepa explicar muy bien por qué, mediada la primera vuelta anidó en el «entorno» –palabra mágica– del Sevilla la convicción de que era posible optar al título de Liga. Nada de eso hubo, a causa de una segunda mitad de campeonato mala, y a esta decepción se sumó a las de las eliminaciones en Europa League contra el West Ham y, ojito, en Copa ante el Betis... que tuvo la ocurrencia de levantar el título. Un rejonazo de muerte en la ciudad más dual y cainita del planeta.
En todo caso, ¿cómo explica un club instalado en la era del «big data» que su proyecto zozobra porque al vecino le va bien? Evidentemente, es necesario construir un relato alternativo porque los superprofesionales que dirigen al Sevilla no toman sus decisiones a golpe de avenate. Vivimos tiempos populistas, así, de modo que había que dar la voz al pueblo: el Sevilla de Lopetegui juega mal. Esto es cierto, desde luego, porque el técnico guipuzcoano ha convertido el feísmo en una de las bellas artes con planteamientos de un minimalismo irritante adobados por un discurso liliputiense cargado de complejos. Sin embargo, cuesta digerir la súbita conversión de Monchi, espada espada flamígera de la fe bilardista desde hace dos decenios, en uno de esos miccionadores de colonia que proclaman, falsos como un euro de madera, que «es preferible la sonrisa de un niño a una victoria por 1-0».
Con el objetivo de la Champions virtualmente logrado, a Lopetegui le quedan tres partidos para cambiarle la cara a su equipo y, al menos, ponérselo difícil a quienes ya casi han tomado la decisión de desembarcarlo pese a sus incuestionables resultados. «El presidente también tiene ojos en la cara, es evidente que no estamos jugando bien», repite Castro en sus últimas comparecencias ante los medios. No son las palabras de un presidente que está a muerte con su entrenador, ¿o sí?
Las eliminaciones ante West Ham y, sobre todo, Betis pesan mucho en el balance de Julen