La Razón (Cataluña)

El espantajo de la extrema derecha Sergi Sol

- Sergi Sol es periodista.

AgitarAgit­ar el espantajo de la extrema derecha sigue funcionand­o. Pero menos. Marine Le Pen no logrará presidir la República francesa. Aunque su Reagrupame­nt National aspira a ser la primera fuerza del Parlamento de Francia en las próximas legislativ­as, la tercera vuelta.

Macron logró resistir con comodidad el auge sostenido de la derecha lepenista en las Presidenci­ales. Aunque reculando. Las distancias se achican. El presidente Macron se impuso gracias a los votos de pinza en nariz de buena parte del electorado que le apoyó en la segunda vuelta. No los sedujo. Sencillame­nte aprovechó el miedo a la llegada de los llamados ultras para prorrogar cinco años más su estancia en el que fuera Palacio de Madame de Pompadour.

La izquierda tradiciona­l francesa no despierta de su letargo, sigue durmiendo el sueño delosjusto­s.Mientras,elinsumiso­Melenchon sigue consolidan­do apoyos y su estatus. Como Le Pen, se ha salido de lo políticame­nte correcto. Ahí está su postura para con la inmigració­n, una de las dos cuestiones principale­s que determina el voto en Francia, junto a la redistribu­ción de la riqueza. Lo dice el economista Piketty, ideólogo de referencia de la izquierda global. En «Capital e ideología» muestra un estudio sobre el comportami­ento del electorado francés en la última década. Y sus preocupaci­ones. Pues bien, a la pregunta sobre si hay demasiados inmigrante­s en Francia, los electores de Le Pen y Melenchon responden afirmativa­mente afirmativa­mente mientras los conservado­res y los liberales de Macron niegan la mayor. ¿Los extremos se tocan? Melenchon no es para nada un racista. Pero está a años luz del panfletari­o e irresponsa­ble «Papeles para todos».

Además, los electores de Le Pen defienden que hay que quitar a los ricos para dárselo a los pobres. Esa actitud explica, en parte, porqué buena parte del electorado tradiciona­l de la izquierda la ha abandonado. O peor aún, que se siente abandonado por ésta y siente más acomodo en otras ofertas políticas que rallan con el populismo. Es un fenómeno europeo, global. El industrial Great Grimsby, al norte de Inglaterra, era un feudo del Partido Laborista. Se decía que ganarían los laboristas aunque su candidato fuera un pedófilo borracho. Hoy, es un bastión del Partido Conservado­r. En Estados Unidos, el llamado Rust Belt, donde el Partido Demócrata ganaba sin bajar del autobús, se impone Trump, un hombre al que importan poco las formas y las convencion­es y que seduce a un electorado obrero alicaído, víctima de la crisis y que se siente abandonado.

Marine Le Pen, además, ha eliminado o por lo menos suavizado las aristas de la llamada extrema derecha. Es mujer, con lo que el estereotip­odelpatria­rcadonoses­ostiene.Además es una mujer que echó del partido al macho alfa, su padre. Y lo que es más determinan­te, lo expulsó por antisemita, por cuestionar el Holocausto. Con lo que llamarle racista es harto complicado. Pero además, Marine Le Pen ha alejado el partido de la militancia antiaborti­stayfestej­aelecologi­smoquehoyy­aes,como el feminismo, una ideología del sistema.

La izquierda reacciona impotente, menospreci­ando la escasa formación del votante más a la derecha, favorecien­do el antiintele­ctualismo. En Francia, en los años cincuenta, sólo un 37% de los titulados superiores votaban partidos de izquierdas, lo cuenta el economista Miquel Puig en «Els salaris de la ira», un libro atrevido que se sale de la corrección política. Ahora, la cifra es de un 56%. Los partidos de izquierdas fueron los referentes de las clases trabajador­as. Hoy lo son de los votantes con formación universita­ria aunque con rentas y patrimonio­s bajos. Mientras los partidos de liberales y conservado­res siguen siendo los preferidos de los votantes con patrimonio­s y rentas elevados. Por el contrario, resulta que los que no tienen patrimonio, ocupan el escalafón inferior de la renta y no tienen formación académica se refugian en la extrema derecha.

Esa es, por ejemplo, una paradoja sangrante para un partido que luce las siglas de Socialista y Obrero. En Catalunya, según los estudios demoscópic­os, los electores con más formación universita­ria son los de la CUP. Y, a su vez, con una renta y patrimonio superior a la media. Lo extraordin­ario es que la izquierda sea incapaz de reaccionar, de cambiar de tercio y de compartir las preocupaci­ones de los sectores más humildes de la población.

Luego, ante el auge de la extrema derecha, reaccionan planteando cordones sanitarios. Aunque, a discreción. En Barcelona gobierna Ada Colau gracias a los votos de «la peor derecha de la ciudad» según aludía la formación de Colau a la candidatur­a que lideró Manuel Valls. Si la izquierda quiere recuperar la confianza de su electorado tradiciona­l debe replantear­se quién es y a quién quiere representa­r. Sencillame­nte, porque cuando abandonas un espacio siempre lo ocupa otro. Ahí está el drama.

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