Los godos y el bitcoin
LaLa patria originaria de los godos, Gotland, siente el cercano aliento del oso ruso. Los godos partieron de esa isla estratégica y del sur de Escandinavia para cruzar el Báltico y alcanzar el Mar Negro en un viaje que les llevó siglos. Después, giraron hacia el oeste y no pararon hasta Hispania; de paso, acabaron con el Imperio Romano. Los cazas y drones rusos sobrevuelan con reiterada provocación esta isla estratégica sueca que domina el sur del Báltico. Estocolmo mira hacia la Alianza Atlántica. Gotland es la llave que defiende Suecia y los tres débiles países bálticos frente a Moscú. Más al norte, Finlandia estima que su neutralidad forzosa, impuesta por Stalin, no tiene ya sentido. La «finlandización» feneció con el inicio de los bombardeos de Putin sobre Kiev, en febrero. Helsinki desea una rápida adhesión a la OTAN. La agresión rusa a Ucrania comenzó con la excusa de parar el avance de la alianza occidental. Moscú, antes, ya había invadido Georgia con la misma cantinela. Error estratégico. El ruso, al parecer, es el único imperio europeo con legitimidad para recomponerse piensen lo que piensen los pueblos atropellados. Muchos analistas, de ambas orillas ideológicas, resaltan los «derechos» de seguridad del Kremlin mientras obvian esas mismas reclamaciones anheladas por pueblos amenazados e invadidos. Quizá modificarían sus percepciones si Carles Puigdemont no se hubiera arrugado ante la oferta moscovita de enviar 10.000 soldados rusos a Cataluña para apuntalar su independencia y convertir la nueva República en un ciberparaíso de monedas virtuales. La declaración de independencia duró una exhalación cibernética, los soldados rusos marcharon a Siria y, desde Moscú, solo llegó un bitcoin; un bitcoin depreciado.