Primera canonización tras la pandemia con el corazón en Ucrania
► El Santo Padre elevó ayer a los altares a seis hombres y cuatro mujeres por su ejemplo de espíritu
«Mientras crece la tensión en el mundo los nuevos santos inspiran soluciones de diálogo» Uno de los nuevos santos no tuvo una vida «adecuada» pero dejó una gran herencia espiritual
Hacía mucho tiempo que no se veía la Plaza de San Pedro como la vimos ayer. Fue la primera canonización de los últimos tres años y fue como recordar lo que se vivía habitualmente antes de la pandemia pero nadie hubiera imaginado que la primera ceremonia de este tipo tras el parón de la pandemia, sería teniendo una guerra. Con un sol radiante en la Ciudad del Vaticano y ante 45.000 fieles, el Santo Padre elevó a los altares a seis hombres y cuatro mujeres. Cinco italianos, tres franceses, un indio y un holandés.
En el rezo del Regina Caeli al final de la misa, en la Plaza de San Pedro, con la canonización de diez nuevos santos el Papa no dudó en mencionar la guerra en Ucrania: «Mientras tristemente crecen las distancias en el mundo y aumentan las tensiones y las guerras, los nuevos santos inspiran soluciones de diálogo especialmente en el corazón y en la mente de quienes ocupan puestos de gran responsabilidad y están llamados a ser protagonistas de la paz y no de la guerra», subrayó el Papa Francisco. Durante su homilía dijo que «servir es no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad».
Uno de los diez santos proclamados por el Papa Francisco ayer por la mañana fue Charles Eugene de Foucauld, una figura muy interesante de la iglesia contemporánea. Su vida no fue siempre «la adecuada», fue libertino y disoluto, como lo califican en un artículo del «Corriere della Sera». De Foucauld fue un explorador del Sahara y estudioso del Tuareg quien ha dejado a la humanidad, una gran herencia espiritual.
Dejó una carta sobre el Islam en donde confesaba que le había producido una gran convulsión. Se convirtió en explorador y en ese tiempo escuchó la llamada de Dios (1890). En 1901 se ordenó sacerdote y volvió a África en donde permaneció en un rincón del desierto durante 13 años y en ese pequeño pueblo tuareg de Tamanrasset, en Algelia, murió en 1916. Sus amigos musulmanes recorrieron el desierto para verlo. Ya era parte de ellos y no le fallaron. En cuanto se enteraron de su fallecimiento no dudaron en acercarse para rendirle homenaje al hombre que había testimoniado el amor y la humildad de
Cristo predicando el evangelio. Su sueño fue fundar una congregación religiosa pero no le dio tiempo: lo mataron cuando tenía 58 años.
El Papa declaró también ayer santo a Titus Brandsam, un periodista holandés que fue capaz de retar a los nazis y que al final murió en un campo de concentración. Fue un carmelita holandés que los nazis asesinaron en Dachau (Alemania) en 1942. El padre fue nombrado asistente eclesiástico de la Prensa Católica en 1935 y defendió la libertad de prensa y de pensamiento de los periódicos católicos, víctimas de la represión nazi. Este fue el motivo principal por el que lo deportaron a Scheveningen (Holanda), enviándolo más tarde a Dachau.
En una entrevista, el padre Fernando Millán Romeral, ex prior de los Carmelitas, y autor del ensayo «El coraje de la verdad», describe muy bien al padre Brandsama. Decía sobre el periodismo que después de las de las iglesias, la prensa es el mejor púlpito para predicar la verdad. «La prensa es la fuerza de la palabra contra la violencia de las armas, la fuerza de nuestra lucha por la verdad».