Los pájaros aprenden sus cantos como aprendemos nosotros el lenguaje
y hacer planes para el futuro.
Por poner ejemplos concretos: que las palomas reconocen rostros humanos familiares, que los gorriones de Java distinguen idiomas, que las urracas reconocen su propia imagen en un espejo, que tanto los herrerillos como los carboneros adquirieron la habilidad de abrir los tapones de cartón de las botellas de leche, algo que se pudo constatar en el Reino Unido ya hacia 1920 y se vio posteriormente corroborado...
De estos tímidos animalillos descendientes de los últimos dinosaurios, que habitan en todos los rincones (desde el ecuador y los desiertos hasta los polos y los picos más altos) y en cualquier hábitat, y cuyo número, según cálculos de la comunidad científica, oscilaba a finales del pasado siglo entre los doscientos y cuatrocientos mil millones, lo que representa entre treinta y sesenta ejemplares vivos por persona, trata el libro «El ingenio de los pájaros» escrito por la científica norteamericana Jennifer Ackerman, y del que un servidor ha extraído los datos y las observaciones precedentes. También, y porque no ha podido resistir la tentación, el párrafo siguiente: «Muchas especies de aves son muy sociables. Crían en colonias, se bañan en grupos, descansan en congregacionesysealimentan en bandadas. Escuchan a hurtadillas. Discuten. Hacen trampas. Engañan y manipulan. Secuestran. Se divorcian. Exhiben un pronunciado sentido de la justicia. Hacen regalos. Roban a sus vecinas. Advierten a sus crías que se mantengan alejadas de las desconocidas. Se burlan. Cultivan sus redes sociales. Rivalizan por el estatus. Se besan para consolarse mutuamente. Enseñan a su prole. Chantajean a sus padres. Convocan a testigos para presenciar la muerte de un compañero e incluso hacen duelo».