La Razón (Cataluña)

Y era más del Liverpool que los Beatles

- Sergi Sol

Tal vez esta sea la Champions más admirable del Madrid. Por cómo llegó a la final, por cómo levantó un resultado adverso eliminator­ia tras eliminator­ia y por cómo lo ha hecho sin CR7. A los culés que en París éramos más del Liverpool que los Beatles, sólo nos queda quitarnos el sombrero y admitir que esta Champions es una lección de coraje, tesón y ambición sin igual. Porque, no seamos hipócritas, la inmensa mayoría de culés deseábamos que el Madrid perdiera, aunque tal vez fuera más un deseo sin fundamento que certeza alguna, visto lo visto.

Ante el City de Guardiola, el Madrid obró un milagro. Nos las prometíamo­s felices los culés purasangre­s. Más, cuando el City le endosó dos goles en el Bernabéu. Cenaba con unos amigos en Vilafranca, suerte que nos bebimos por anticipado un Leopardi, un espumoso de lo mejorcito. Éramos cinco, entre ellos un bético de Huelva, Domingo Alfonso. Todos satisfecho­s con el resultado hasta que se les apareció la Virgen de la Almudena. Y no. Fue Rodrygo. Como ante el PSG fue Benzema.

El Madrid tiene un gen del que hoy por hoy carece el Barça. La era Ronaldinho o la era Messi deslumbrar­on a propios y extraños. Ese Barça jugaba como los ángeles y ganó con una solvencia y virtuosism­o apabullant­es. Lo del Real Madrid es diferente, con nada levantan un partido. El mejor Barça generaba un sinfín de oportunida­des y metía muchísimos goles. Pero el Madrid, con media oportunida­d, mete goles a pares. Una eficacia demoledora, un instinto asesino, una sed de victoria y una capacidad milagrosa para remontar lo imposible en el último suspiro.

El Madrid se ha granjeado el temor reverencia­l de los mejores clubes europeos. El rival afronta acongojado los minutos finales por mucho que lleve una renta ante la que cualquier otro equipo, impotente, bajaría los brazos. La enésima Champions del Madrid

ha sido la más épica que pueda recordarse. No se puede decir que el Madrid juegue el mejor futbol del continente, ni mucho menos. Ni que tenga los mejores jugadores. Pero tiene un equipo sólido que juega siempre para ganar. Mientras el Barça se aferra a un patrón aburrido y trasnochad­o, sin verticalid­ad, sin definición, con una posesión de pelota tan cansina como estéril, el Madrid sabe que lo que cuenta son los goles y la victoria. Juegan para ganar, no para gustar.

El espejismo fue el 0-4 en el Bernabéu. El Barça gastó toda la pólvora, el Madrid rozó el ridículo por un día, pero se levantó como un coloso. Para nosotros, los culés, la gloria fue efímera. Tal vez antes, ganar en el Bernabéu

salvaba la temporada. Pero cuando has probado las mieles del triunfo, ganar en Madrid no sirve ni como analgésico. Mientras el Barça se aferraba a un Messi en franco declive, Florentino no dudó en dar el pasaporte a Cristiano. O a Sergio Ramos. Mientras el Barça se sumió en la nostalgia, casi hasta el ridículo, Florentino miró al futuro sin complejos sabedor que el Madrid era mucho más que un jugador. El Barça cosechaba palizas en Europa. El Liverpool nos dio una lección. Y cuando creímos que no podía ser peor, llegó el Bayern y el escandalos­o 2-8. Pero si Florentino puso coto a las demandas de CR7, Bartomeu retenía a Messi multiplica­ndo su ficha, con efectos colaterale­s: la inflación del resto de la plantilla, cada año más onerosa y menos solvente.

Laporta tampoco es que tuviera las agallas para dejar ir a Messi. Fue este quien decidió irse. El PSG disponía del dinero que no tenía el Barça, con unas arcas agotadas de tanto despilfarr­o. El Madrid ha sobrevivid­o a CR7 por convicción y un espíritu envidiable. En el Barça, su apego a Messi le ha llevado a la situación actual. Está en Europa con más pena que gloria. Pese a los fichajes a la desesperad­a de Laporta, para final alguna ni está ni se le espera. No hay más, ni la plantilla da para más, ni el club está para obrar milagro alguno. Hemos vuelto con precipitac­ión y sin plan alguno.

El Real Madrid tiene un gen del que, hoy por hoy, carece el Barça En el club blanco se juega para ganar, no para gustar

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