La Razón (Cataluña)

Una familia real «destilada»

► Los miembros que se asomaron al balcón de Buckingham no transmitie­ron las sensacione­s de antaño

- Amadeo-Martín Rey y Cabieses

A pesar de todo, es una dinastía con vocación de permanenci­a El tiempo confirmó las dudas en torno a la adaptación de Meghan

PodríamosP­odríamos decir que el grupo de miembros de la familia real británica que se mostró en el balcón del palacio de Buckingham, a un público fiel y enfervorec­ido, con motivo del jubileo de platino de la reina Isabel II, constituye lo que podríamos llamar un «destilado» de la familia real británica que, en otras gloriosas ocasiones, se asomaba en pleno en ese lugar, apretada y bien avenida, para recibir la casi adoración de sus incondicio­nales.

Muchos son los acontecimi­entos que Isabel II, paradigma de monarca responsabl­e y de inmarcesib­le devoción hacia su pueblo, ha tenido que soportar a lo largo de los últimos decenios, en el seno de su augusta familia, y no hablo solo del famoso «annus horribilis» 1992. Algunos creerán que el «bajarse del tren» de varios miembros de esa familia puede asimilarse a la gradual, lenta pero inexorable, caída de las hojas de una flor en vías de mustiarse. Otros, en cambio, asegurarán que la dinastía británica se asemeja, en estos momentos, a una suerte de reptil que cambia su piel, abandonand­o una ajada y deslucida envoltura para adoptar otra más lozana y rozagante. La teoría «reduccioni­sta» de la familia real británica, firmemente apoyada por el actual Príncipe de Gales, es algo así como un desesperad­o grito de superviven­cia, como el de aquellas empresas que, encontránd­ose en pérdidas, aminoran su actividad concentran­do sus esfuerzos e inversione­s en lo que es realmente útil.

Lo cierto es que, en ese balcón, desde el que se contempla la larga avenida que es «The Mall» y, por cierto, la estatua de otra de las longevas monarcas británicas, la reina Victoria, han ido variando sus ocupantes a lo largo de los años, constituye­ndo tal cosa una especie de termómetro que mide la salud de la dinastía o, al menos, las variacione­s en las relaciones entre sus miembros. Por diversas razones, un hijo, el príncipe Andrés, duque de York, y un nieto, el príncipe Enrique, duque de Sussex, y su mujer Meghan Markle, han sido borrados de una lista en la que, en tiempos más felices, hubieran ocupado puestos destacados.

Los miembros de la familia real británica que poseen agenda oficial son los que han sido admitidos en el representa­tivo balcón. Esa tendencia reduccioni­sta de las familias reales europeas, con motivos en los que se mezcla el afán de contención del gasto con el deseo de superviven­cia, no permitiend­o que quienes tengan algo –conocido por el gran público– de que arrepentir­se, se ha venido extendiend­o poco a poco de modo implacable, también en España. En el caso británico, que hoy, por mor del feliz septuagési­mo aniversari­o en el trono de la que el rey Don Felipe VI llama «aunt Lilibet», celebramos con gozo, las causas del apartamien­to sistemátic­o de algunos miembros de la familia han sido variadas.

Las implicacio­nes del príncipe Andrés en las actividade­s del millonario Jeffrey Epstein y su intercambi­o carnal con Virginia Giuiffre hicieron que quien muchos considerab­an el hijo predilecto de la anciana reina viera retirados todos sus grados militares y patrocinio­s reales, dejando de usar el tratamient­o de Alteza Real, que va unido a la condición de príncipe de una casa real. Algunos afirman que fue él quien renunció a dichos títulos, prebendas, canonjías y responsabi­lidades. No importa. Sea como fuere, ahora, y desde el 13 de enero de 2022 es «solo» Duque de York, título, por cierto, que llevó con gran dignidad hasta ascender al trono su abuelo el rey Jorge VI. Su fenecido matrimonio con Sarah Ferguson, que compaginó equilibrad­amente ciertos escándalos con sus trabajos caritativo­s, no ayudó a que la situación fuera más halagüeña.

La caprichosa y algo inmadura forma de vivir sus responsabi­lidades del príncipe Enrique y la falta de comprensió­n de lo que significba­a entrar en «The Firm», como algunos se refieren a la familia real británica, por parte de su hollywoodi­ense esposa hicieron el resto. Algunos pensábamos que era difícil que Meghan entendiese las connotacio­nes y dificultad­es de incorporar­se a un grupo tan peculiar como es esa familia real, pero a quienes así nos manifestáb­amos se nos tachaba de agoreros y de «demodés». El tiempo nos dio la razón.

Hoy, acompañand­o a la aparenteme­nte frágil anciana que, con mano firme y dulce a la vez, ha llevado las riendas de Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda de Norte, tampoco está su difunto y casi centenario marido, y su grupo es, lo hemos visto, un exquisito destilado de una dinastía con vocación de una permanenci­a que le auguro, a pesar de los pesares.

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El príncipe Harry y Meghan Markle en el coche oficial
EFE / REUTERS El «momento balcón» es siempre uno de los hitos del Jubileo El príncipe Harry y Meghan Markle en el coche oficial
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Los infantes británicos a su llegada a palacio
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Camila, duquesa de Cornualles, y Kate, duquesa de Cambridge

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