«Siempre he estado demasiado ocupado como para sentirme solo»
Este observador privilegiado, autor de la icónica imagen de la niña afgana, protagoniza el documental «McCurry. La búsqueda del color», de Denis Delestrec
CuandounoreparaconCuandounoreparacon detenimiento en los ojos de Steve McCurry tiene la inevitable sensación de que en las distintas tonalidades de azul que los bordean y hasta en el velo invisible de luz que los protegen, están contenidos todos los ruidos del mundo, desfilando por sus pupilas a ritmo de centrifugadora como una hilera infinita de sucesiones de imágenes inacabadas, vivas, ansiosas, dispuestas a dispararte en cualquier momento. Mirándole puedes escuchar el pitido de un tren avanzando por alguna vía inhóspita de la India; la ferocidad de un monzón inundando las calles de Uttar Pradesh (estado situado al norte del país hindú); puedes ver la mano de un soldado muerto impregnada de petróleo que parece emerger de la tierra en mitad de un escenario ensordecido por las bombas o incluso la mirada felina de Sharbat Gula, la niña afgana de 12 años que se encontraba en un campo de refugiados en Pakistán y se convirtió en protagonista de una instantánea publicada en el 85 por el National Geographic absolutamente icónica, cargada de simbolismo, de leyenda y poder que aumentó la popularidad de este fotógrafo estadounidense de manera exponencial.
Infinitos lugares
McCurry, acostumbrado a relatar al otro a través de la cámara, se pone por primera vez en el centro de la foto y recala en Madrid para presentar el primer documental sobre su vida y su obra, «McCurry. La búsqueda del color», con el que Denis Delestrec, el director, ha querido proponer un viaje íntimo y comprometido por sus más de 40 años de carrera en el que, acompañadas de la narración de familiares y amigos, las historias detrás de las fotografías de este observador aventajado, cobran sentido y adquieren una dimensión distinta. Protegidos por la imponente corporalidad de la escultura de Diana Cazadora que corona con su arco la terraza de la décima planta de un hotel en Gran Vía y mecidos por un calor asfixiante, ajustamos el obturador, colocamos las palabras y comenzamos con la ráfaga. «No diría que he sentido timidez ni pudor a la hora de hacer este documental porque creo que mi vida ha sido lo suficientemente interesante como para contarla y ha sido un honor para mí que Denis quisiera hacerlo. He visto muchas cosas, he estado en muchos lugares y eso merece la pena ser contado ¿no?», alude entrañable este hombre de 72 años que sigue sin considerarse reportero de guerra pese a haber cubierto algunos de los conflictos internacionales más relevantes del siglo XX como la Guerra de Afganistán, Camboya, Filipinas, Beirut o la Guerra del Golfo. McCurry ya era fotógrafo antes de capturar los ojos verdes de la niña afgana. Justo antes de ese momento, su exploración creativa se encontraba en un periodo de iniciación y libertad absoluta: tenía 27 años, ganas de largarse de Pensilvania, algo de dinero ahorrado, 200 carretes de Kodachrome y un billete de ida para la India. «Llevaba dos años haciendo las mismas fotos y acabé viendo que no quería pasar mi vida así. Quería irme. Decidí que, aunque eso pudiera matarme, lo haría y cuando llegué allí me di cuenta de que era otro mundo, uno mágico», relata en el documental. Al preguntarle si tuvo miedo de que la popularidad adquirida gracias al famoso retrato que apenas un año después de aquello realizaría, eclipsara tanto su trayectoria anterior como los futuros trabajos que vendrían, responde pausado: «Si te soy sincero, nunca me preocupó. Hay muchísimo trabajo detrás de grandes artistas famosos de los que a lo mejor solo conocemos una o dos piezas. Pero creo que es mejor ser conocido por algo que no ser conocido por nada en absoluto. Que la gente conozca algo más de mi trabajo es algo que se escapa de mi área de control. Si uno pensara en ello de forma recurrente o condicionara su trabajo como fotógrafo a la popularidad de una sola imagen creo que terminaría paralizándose e incluso conformándose, que es peor. “Ya está, ya lo he hecho, no voy a ser capaz de volver a hacer algo en mi vida que sea tan significativo”. Eso es absurdo. Haz siempre lo que te guste, lo que te encante, lo que sea importante y si la gente te recuerda es porque aquello en lo que creías lo hiciste bien», señala.
El documental transita por una serie de continentes en los que la figura de McCurry se percibe acompaña da de un nomadismo adquirido y deseado con el tiempo, de un espíritu errante que confía en el destino, se revela contra las injusticias del cambio climático y el reparto desigual de los recursos y que a veces, va acompañado de una inevitable soledad, algo que asegura haber sentido en muy pocas ocasiones. «Voy a contarte una cosa, aunque nos salgamos un poco del foco. Son las seis de la tarde y el cielo está muy oscuro, estoy rodeado de combatientes afganos en una sala y fuera hace frío. Somos unas veinte personas en total que no hablan el mismo idioma y de fondo suena una radio muy vieja. Quedan cuatro horas para que me vaya a dormir, voy a comer algo que seguramente no esté muy bien, estoy sentado y no es divertido. Simplemente estaba ahí pensando ¿qué coño hago yo aquí? En esa ocasión, me sentí solo. Pero aparte de esto realmente en mis viajes, en mis trabajos, siempre estoy acompañado: tengo una asistente, un intérprete, un conductor, estoy trabajando, amanece, nos movemos. Siempre he estado demasiado ocupado como para sentirme solo», admite antes de despedirse con un ligero suspiro: «bendita juventud».