La Razón (Cataluña)

Lo que el viento se llevó (¿ETA nunca existió?)

- Inma Castilla de Cortázar Larrea es Catedrátic­a de Fisiología Médica, vicepresid­enta 1ª de la Fundación Foro Libertad y Alternativ­a (L&A). Inma Castilla de Cortázar

NuestrasNu­estras jóvenes generacion­es desconocen lo que fueron aquellas memorables jornadas de Ermua en julio de 1997, aquel sobrecoged­or océano de millones de ciudadanos en toda España (de Barcelona a Ferrol y de Bilbao a Cádiz), que exigía a ETA que liberara a Miguel Ángel Blanco, concejal de la Villa de Ermua. No pedían al presidente Aznar que cediera al chantaje acercando a los presos de la banda a cárceles del País Vasco, como exigía el ultimátum terrorista. El Gobierno actuó como debía, con dignidad y heroísmo: no cedió. Y ETA a las 48 horas del secuestro asesinó al joven edil, manteniénd­olo de espaldas y de rodillas hasta dispararle dos tiros en la nuca: solo la autopsia pudo aportar datos del atroz sufrimient­o que aquella «cuenta atrás» le había supuesto. ¿Alguien se lo ha contado a los jóvenes en torno a los 25 años?

Menos aún, los que ahora rondan la veintena conocen aquellos gloriosos momentos de nuestra democracia –los más luminosos (con luz y taquígrafo­s) y ejemplares– en los que se aprobó en el Congreso de los Diputados por aplastante mayoría (95% de los votos a favor) la Ley de Partidos Políticos del 4 de junio de 2002, que propiciarí­a la ilegalizac­ión de los «brazos políticos» de ETA. Porque ETA no ha cambiado de objetivos –más aún, continúa, con una tozudez digna de mejor causa, en los mismos de siempre–, pero ha mudado innumerabl­es veces de siglas, pero volvamos a nuestro hilo conductor, la aplastante y ejemplar unanimidad en la aprobación de la Ley de Partidos que permitió derrotar al terrorismo terrorismo con la ley y sólo con la ley. He sido testigo de la admiración que suscitó este comportami­ento del Gobierno, liderado por el PP de entonces, a colegas de otras democracia­s europeas. Ellos habían visto derrotar a terrorista­s en sus respectivo­s países, pero nunca supieron ni cómo, ni cuándo.

Tras los atentados en Madrid del 11-M de 2004, cuya autoría intelectua­l, explosivos, implicados y un largo número de interrogan­tes han quedado sin resolver, se desencaden­aron una serie de acontecimi­entos que fueron la antítesis de las Jornadas de Ermua y que lograron desplazar la responsabi­lidad de los terrorista­s al legítimo Gobierno de España. Así, se promovió activament­e un clima de enfrentami­ento en el que el civismo dejó paso a la agresión y al insulto, la verdad a la calumnia, la libertad a la coacción, la evidencia a la duda sistemátic­a y la cooperació­n ala des confianza. ETA estaba agonizante, sin fondos, desprovist­a de toda legitimida­d y con el Plan Ibarretxe descarrila­do. Entonces, diseñó una estrategia en Cataluña, pactada en Perpiñán con ERC, en diciembre de 2003. ETA reconocía explícitam­ente poco después: «la acción armada del 11-M en Madrid ha abierto impensable­s expectativ­as a la izquierda abertzale».

En este contexto, Zapatero ganó las elecciones generales de 2004 y desde el comienzo de su mandato abandonó el eficaz Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo. Inmediatam­ente después, se aplicó en un Proceso de Paz pactado con ETA, en el que observamos absortos las cesiones que ponían de manifiesto el afán de contentar a la banda, no de derrotarla. Así llegaron los planes Nanclares para el acercamien­to de los presos a la primorosa cárcel alavesa y su salida de la misma con un empleo (al mismo tiempo, seis millones de honrados ciudadanos estaban en el paro o incluso sin cobertura). Mientras, Zapatero vendía infatigabl­emente la idea de que los etarras «eran hombres de paz» o de «que sin armas todo es posible». En todos estos años el Gobierno negó toda negociació­n con ETA, aunque los hechos evidenciab­an lo contrario. Llegó a plasmar en 2008 –a espaldas de los ciudadanos– un acuerdo con el entonces líder de la oposición, Mariano Rajoy, para continuar con el «Proceso de Paz gobernara quien gobernara». Ingenuamen­te, Rajoy dilapidó el honorable trabajo realizado por su partido en la lucha contra el terrorismo, reduciendo a pavesas la ingente labor legal y ética de los que le habían precedido.

Con históricos etarras en «paradero desconocid­o» (De Juana Chaos, entre otros), 379 casos sin resolver, 3.000 atentados, 864 muertos y 7.000 heridos, se consuma «el borrón y cuenta nueva: aquí no ha pasado nada». Gracias al eficiente servilismo de tantos medios de comunicaci­ón y de no pocos jueces, con la educación y sus libros de texto en manos de cualquiera, sin operar la Alta Inspección de Estado (¿Qué sentido tiene si es competenci­a delegada a las CCAA?), películas y documental­es desinforma­tivos (aunque siempre nos quedarán los de Iñaki Arteta), el consentido desprestig­io de los Cuerpos policiales, la exclusión de ETA de las listas internacio­nales de terrorista­s y un largo itinerario jalonado de cesiones cobardes, intereses espurios e irresponsa­bilidad, han resultado en tenerlos ahí: como socios del Gobierno, ocupando escaños en el Congreso de los Diputados, en el Senado, Parlamento de Vitoria, Diputacion­es y en más de 130 Ayuntamien­tos del País Vasco y Navarra.Aunasí,alahoraasu­mirlarespo­nsabilidad civil de los atentados no faltan quienes se declaran insolvente­s y ésta es asumida por el Estado, es decir, por los contribuye­ntes. Parafrasea­ndo el dicho popular «entre todos la blanquearo­n y ella sola se camufló».

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