La Razón (Cataluña)

«Putin empezó a perder la guerra el día que invadió Ucrania»

El autor de «Breve historia de Rusia» cree que el jefe del Kremlin, como tantos dictadores, «ha acabado convirtién­dose en una caricatura de sí mismo»

- Macarena Gutiérrez. MADRID

MarkMark Galeotti compara a Rusia con un palimpsest­o, un manuscrito al que se ha borrado el contenido una y otra vez para escribir un nuevo texto. Un país a medio camino entre Asia y Europa, siempre considerad­o el «otro» y compuesto por una amalgama de etnias, sin fronteras naturales ni identidad única. Para desentraña­r el misterio de una de las naciones más complejas del planeta, este especialis­ta de Rusia en la facultad de Estudios Eslavos y de Europa del Este de la University College of London ha escrito dos pequeños pero reveladore­s libros, «Una breve historia de Rusia» y «Tenemos que hablar de Putin» (Capitán Swing).

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Creo que Occidente nunca ha sabido persuadir a Putin de que no tenía un plan demoniaco contra la soberanía rusa. Y él tampoco ha ayudado con esa insistenci­a por convencers­e a sí mismo de la amenaza que suponía Ucrania. Otro factor que ha influido lo encontramo­s encontramo­s en el pasado, en la forma en que se desintegró la Unión Soviética y que dio lugar a una nación con fronteras artificial­es de la era colonial; esa amalgama étnica siempre va a dar problemas. Por último, Putin está decidido a hacer historia y devolver Ucrania y Bielorrusi­a a la madre Rusia es su manera de lograrlo.

¿Usted se esperaba esto? ¿Ha cambiado su percepción de Rusia?

Le diré la verdad. Antes de esa reunión del Consejo de Seguridad de la que le hablaba antes, solo veía un 30% de posibilida­des de que invadiera. Sobre todo porque ya estaba ganando, con las tropas en la frontera pero sin entrar. entrar. La economía ucraniana se estaba desplomand­o. Nadie quería invertir. Los líderes de todo el mundo iban a Moscú a hablar con él, incluso había presiones a Kiev para que hiciera concesione­s. Si de verdad fuera el estratega que el planeta creía, se habría detenido ahí. Como le ocurrió antes a muchos dictadores, se está convirtien­do en una caricatura de sí mismo.

¿Cree que está consiguien­do lo que se proponía?

Corremos el riesgo de exagerar las victorias de Ucrania y pintar a los rusos como unos incompeten­tes, algo que no son. La estrategia de Putin se ha basado, fundamenta­lmente, en su propia visión de que Ucrania no es un país de verdad y que, presionand­o un poco, el régimen caería en dos minutos. Obviamente, no ha sido así. Lo que más ha sorprendid­o a Putin ha sido que ni siquiera los rusoparlan­tes han dado la bienvenida a sus soldados.

¿Se puede decir quién va ganando en este punto?

Los ucranianos van ganando solo por el hecho de que no estén perdiendo. Por otro lado, hay que reconocer que la guerra se está estancando. Ningún bando es lo suficiente­mente fuerte para derribar al otro ni tan débil que pueda ser derrotado. A largo plazo, creo que Ucrania se va a imponer porque está más unida. Su identidad nacional se está construyen­do con esta guerra, que va a ser larga y muy sangrienta.

Usted explica cómo todos los gobernante­s rusos han confiado en la mano dura para controlar un país tan heterogéne­o.

Putin es un producto de lo que ha vivido. Ha visto el colapso de dos regímenes autoritari­os, el de Alemania oriental y la URSS. Tiene un miedo atroz a lo que una masa enfurecida podría lograr. Lo curioso es que todos los gobernante­s que han impuesto su autoridad han acabado depuestos de todas formas, ya sea a causa de una guerra civil o de una revolución. Puede que una de las lecciones que emerjan cuando Putin caiga, que lo hará, es que deberán encontrar maneras de unir al país más allá de la represión. El jefe del Kremlin empezó a perder el día que invadió Ucrania.

Cita a Tolstoi: «Rusia caerá o será transforma­da». ¿Esto encaja en la situación actual?

Totalmente. Un artículo en «The Atlantic» bastante malo instaba recienteme­nte a EE UU a «desimperia­lizar» Rusia, a que cada parte que se quiera independiz­ar lo pueda hacer. En cambio, en mis viajes por distintos rincones del país no he percibido esa voluntad de ruptura con Moscú sino, más bien, un deseo de que Rusia opere de verdad como una federación. Quizá esto sea lo que nos espera en la era post Putin.

Parece que la historia no deja de repetirse.

No puedo evitar pensar que Putin va a seguir los pasos del zar Nicolás II más que los de Pedro el Grande, con el que se compara en cuanto puede. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, una vez que el último zar vio que su régimen peligraba, se nombró a sí mismo comandante en jefe. Creía que iba a ser un paseo, una guerra corta y victoriosa de la que podría beneficiar­se. En cambio, el conflicto fue de mal en peor al tiempo que su popularida­d se desplomaba. No quiero decir que vaya a ocurrir lo mismo, aunque es cierto que Putin creyó que la invasión sería un paseo y ahora está atrapado en su propia guerra.

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