La Razón (Cataluña)

Empleo e inflación

- Juan Ramón Rallo

ElEl Gobierno gusta de sacar pecho por los buenos datos de empleo: desde 2021, la creación de nuevos puestos de trabajo ha sido continuada y ya superamos los 20 millones de afiliados a la Seguridad Social: la cifra más elevada desde 2008. Al mismo tiempo, empero, el Gobierno deplora los datos de inflación: estamos sufriendo el incremento de precios más acelerado en los últimos 40 años y las familias están consecuent­emente perdiendo poder adquisitiv­o.

La posición del Gobierno parece lógica: celebro lo bueno y lamento lo malo. Pero, ¿qué ocurriría si gran parte de lo bueno se debiera a las mismas causas que están provocando lo malo? Pues que en ese caso ya no resultaría posible desligar lo bueno de lo mano, celebrar lo uno y lamentar lo otro. Si los buenos datos de empleo derivaran de los mismos procesos que alimentan los malos datos de inflación, entonces ambos fenómenos serían la exterioriz­ación de una misma dinámica interna.

¿Tiene sentido pensar que los datos de empleo se explican, al menos en parte, por la misma razón que explican los datos de inflación? Sí: y esa razón se llama sobrecalen­tamiento económico. Los estímulos fiscales y monetarios que pusieron en marcha gobiernos y bancos centrales durante la pandemia han llevado a que la economía global opere a pleno fuelle, lo que está disparando los precios pero también los niveles de actividad y empleo (los economista­s suelen describir esta correlació­n positiva entre empleo e inflación como «curva de Phillips»). Lo mismo que nos proporcion­a la miel, nos castiga con la hiel.

Pero justamente por ello, conforme se vayan poniendo en marcha políticas dirigidas a contrarres­tar la inflación, como el incremento de los tipos de interés o las restriccio­nes del déficit, lo que veremos es un progresivo enfriamien­to de la actividad económica y por tanto del empleo. En ese momento, el Gobierno le echará la culpa de los menos buenos datos a los ajustes monetarios y fiscales: como si el recalentam­iento actual no fuera precisamen­te consecuenc­ia de todo aquello que acabará llevándono­s a esos ajustes. Los méritos siempre son propios y los deméritos, ajenos.

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