La Razón (Cataluña)

Jesús Rivasés. Un sábado de junio: 10 años del rescate de la banca española

España esquivó por los pelos la intervenci­ón total, pero aún tiene que devolver 24.000 de los 45.000 millones inyectados por la UE. Solo se han recuperado 6.000

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LuisLuis de Guindos, ahora vicepresid­ente del Banco Central Europeo (BCE), es un enamorado del tenis. Juega con regularida­d y dicen que lo hace bastante bien. «Es muy competitiv­o, no da una bola por perdida y se cabrea si las cosas le salen mal», afirma un contrincan­te esporádico en las pistas y bastante peor que él. En junio de 2012 era ministro de Economía del primer Gobierno de Mariano Rajoy. En aquella época, los raros días en los que no tenía compromiso­s aprovechab­a para dar una bolas al mediodía y los fines de semana no perdonaba uno o varios partidos. La semana que concluía el domingo 10 de junio los aficionado­s al tenis estaban pendientes de si Rafael Nadal ganaba el torneo de Roland Garros por séptima vez, algo que ocurrió no el domingo, sino el lunes 11, la primera vez que sucedía algo así desde 1973. Luis de Guindos esos días, ni pudo jugar al tenis ni tampoco seguir la peripecia del mallorquín.

El ministro español tuvo que apechugar con una dura negociació­n con la Unión Europea y de rebote con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), que entonces dirigía Christine Lagarde, su ahora presidenta en el Banco Central Europeo. Guindos trataba de evitar que España, que soportaba una prima de riesgo de 600 puntos porque los mercados no confiaban en su economía, fuera intervenid­a. Hubiera significad­o que todas las decisiones importante­s en materia económica pasaran a estar en manos de la llamada «troika», integrada por funcionari­os de la Comisión Europea, el FMI y el BCE. Era lo que había ocurrido previament­e con nuestros vecinos de Grecia, Irlanda y Portugal, en donde se aplicaron duras y muy impopulare­s medidas, entre ellas la congelació­n y en algunos casos la reducción de las pensiones.

La economía española arrastraba problemas importante­s, entre ellos un déficit público del 9% y una deuda que se había multiplica­do a raíz de la «Gran Recesión» de 2008, una crisis que el entonces Gobierno de Zapatero negó hasta que la evidencia lo impidió, pero cuando ya era tarde para tomar algunas medidas que la hubieran mitigado. En su lugar, optó, por consejo también del líder de UGT, Cándido Méndez, por una política de gasto y endeudamie­nto, que llevó a las finanzas públicas al borde del colapso. En el verano de 2011, España fue obligada a introducir, por la vía de urgencia, una modificaci­ón constituci­onal que limitaba la deuda pública, algo que fue pactado entre PSOE y PP, pero que levantó ampollas en las filas socialista­s. Zapatero, que sabía que España estaba al borde de la intervenci­ón, adelantó unos meses las elecciones y consciente de que los socialista­s perderían, renunció a presentars­e y le dejó la papeleta al desapareci­do Alfredo Pérez Rubalcaba. Muchos pensaban entonces que Rajoy y su Gobierno tendrían que apechugar con el rescate y con sus consecuenc­ias, sobre todo sociales.

El Gobierno de Rajoy, que había prometido una rebaja de impuesto, hizo todo lo contrario. Cristobal Montoro y Álvaro Nadal impusieron sus tesis de subir el IRPF frente a Guindos, partidario de elevar el IVA, algo de efecto más rápido. Además, pendiente de unas elecciones andaluzas, el Gobierno tardó también en tomar medidas y algunas situacione­s se deteriorar­on. La economía resistía con muletas, pero algunas entidades, cajas de ahorros casi en su totalidad, estaban más que con el agua al cuello. Las cajas, gobernadas directa o indirectam­ente por los partidos en el poder en las distintas comunidade­s autónomas, se habían implicado y comprometi­do hasta extremos peligrosos en la financiaci­ón de todo tipo de proyectos de la construcci­ón, sobre todo viviendas, ya fuera de primera, segunda o tercera residencia. Fomentaban el llamado «crédito promotor» a los constructo­res y las hipotecas a los particular­es. Todo se basaba en la teoría, muy aceptaba en España, de que el precio de la vivienda, del ladrillo, nunca baja. Hasta que bajó.

El Banco de España, gobernado por Miguel Ángel Fernández Ordóñez, no pudo, no supo o no quiso hacer nada, aunque debería haber tenido datos suficiente­s como para conocer la situación

del sector. De hecho, los tenia y, por eso, impulsó una serie de iniciativa­s, algunas pintoresca­s, para evitar la catástrofe. Una de ellas eran las llamadas «fusiones frías», acuerdos que no eran fusiones, pero podían parecerlo. Aquello no funcionó y hubo que ir a las fusiones puras y duras y para ello las cajas tenían que tener propietari­os reales, ya que hasta entonces no tenían acciones y la teórica propiedad recaía, sin que hubiera partes, en entidades sobre todo públicas, ayuntamien­tos y autonomías. Al final, salidas a Bolsa más o menos apresurada­s, hubo fusiones entre la que destaca la creación de Bankia, resultado de juntar a Caja Madrid con una serie de otras cajas del resto de España, todas ellas con problemas importante­s. De 55 entidades se ha pasado a 10. El resultado no fue satisfacto­rio, aunque todavía hoy existen discrepanc­ias sobre la magnitud del problema. Rodrigo Rato, el presidente que fue obligado a dimitir por el Gobierno de Rajoy, insiste en que las dificultad­es se podían haber subsanado con ayudas mucho menores de las que pidió y logró su sucesor José Ignacio Goirigolza­rri.

A finales de la primavera de 2012, los mercados financiero­s estaban cegados para España que, no solo tenía que pagar una prima de riesgo enorme, sino que tenía dificultad­es para financiars­e. La Unión Europea barajó la intervenci­ón total y algunos banqueros españoles –a quiénes se les garantizab­a el negocio– incluso la veían bien. Rajoy se negaba en redondo y, en ese caso, tenía razón. El FMI, sigue sin estar claro si inducido o no por el propio Gobierno, emitió un informe en el que decía que el problema eran algunas entidades del sistema financiero, es decir, las cajas de ahorros y en particular Bankia, aunque no citaba expresamen­te a nadie. La Unión Europea, en el fondo, también prefería eludir la intervenci­ón total de la economía española porque su tamaño, mucho mayor que el de Grecia, Irlanda y Portugal juntos, representa­ban un problema de envergadur­a billonaria. Una intervenci­ón del sistema financiero, de las cajas, con compromiso­s adicionale­s, fue la solución mas o menos salomónica que se encontró.

Así, el sábado 9 de junio de 2012, Luis de Guindos, alrededor de las 19:30 horas, anunció un acuerdo entre España y la Unión Europea por el que se abría una línea crediticia de hasta 100.000 millones de euros para sanear el sistema financiero –las cajas de ahorros– español. El Gobierno podía decir que había eludido la intervenci­ón total y la oposición también podía argumentar que la economía española había sido intervenid­a, una discusión que se mantuvo durante años y que permanece. El resultado es que se utilizaron unos 45.000 millones de euros, aunque el total de ayudas al sector llegó a los 58.000 millones. La mayor parte destinados a Bankia (22.424 millones, 24.069 con Banco Mare Nostrum), Caixa Catalunya (12.599), Nova Caixa Galicia (9.404) y Banco de Valencia, dependient­e de Bancaja (6.103). El resto se repartiero­n entre otras 9 cajas de ahorros y la Sareb, el «banco malo» que se inventó el Gobierno para agrupar los activos más tóxicos y que todavía existe con más pena –y deudas– que gloria.

De los 45.000 millones de la intervenci­ón, apenas se han recuperado 6.000. España todavía tiene que devolver casi 24.000, 3.600 este mismo año que, claro, habrá que buscar en los mercados, ahora a un precio más caro que hace unos meses por el encarecimi­ento del precio del dinero anunciado por el BCE. Es una historia triste, resultado de la gestión –mala, muy mala, salvo excepcione­s– política de unas entidades financiera­s, las cajas, que sobre todo creyeron que la burbuja del ladrillo sería eterna. También hubo bancos que cometieron errores similares y alguno, como el Popular, llegó a desaparece­r. La diferencia es que no recibieron –salvo excepcione­s y por cantidades mínimas– ayudas públicas y en el caso del Popular, los accionista­s perdieron todo su dinero. La intervenci­ón y ayuda a las antiguas cajas de ahorros fue el mal menor.

Sin la intervenci­ón algunas habrían quebrado y, además del daño a la economía española, una parte de los depósitos de mas de 10 millones de clientes hubieran estado en peligro. El Fondo de Garantía de Depósitos aseguraba y asegura los depósitos hasta 100.000 euros, pero no hubiera habido dinero suficiente para atender a más de 10 millones de depósitos y habría que haber buscado la ayuda donde fuera, incluso a riesgo de una intervenci­ón total de la economía.

El 9 de junio de hace 10 años no es una fecha para recordar, pero pudo haber sido peor. Dos días después, el lunes 11 de junio, Rafael Nadal ganó por séptima vez Roland Garros, pero eso, aunque animaba, tampoco solucionab­a otros problemas.

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EFE El presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, bromea con Luis de Guindos en 2012

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