«Hay vida, y felicidad, después del alcoholismo»
María Jesús y Javier Alcohólicos en recuperación
María Jesús no pensaba que ella tuviera un problema con el alcohol, no se veía a sí misma como una alcohólica. «Que va, yo pensaba que solo tenía un problema concreto con una bebida que se llamaba Larios, y que eso no era una enfermedad», relata desde el estrado del acto de celebración del 87 aniversario de Alcohólicos Anónimos (A. A)
Lo hace a cara descubierta, y de frente a la audiencia. Ya no hay fotógrafos, y las cerca de mil personas ante las que habla son compañeros, «hermanos del alma» que, como ella, un día decidieron descolgar el teléfono para llamar a A.A y decir que querían dejar el alcohol. Cuando se ha presentado, todos han respondido al unísono. «Hola, María Jesús», como se hace desde hace 87 años en las reuniones grupales en cualquier rincón del mundo.
«Esta una tarde en mi habitación, con unas copas de más –como era habitual en mí– y pensé: ya estoy harta de esto, de este estado que se repite día tras día. Quiero dejarlo. En el periódico había un anuncio de Alcohólicos Anónimos con un teléfono. Llamé y me atendió una persona amabilísima que me invitó a ir a la siguiente reunión, que tenían en unos días. Allí fui, y hasta ahora. Pero no ha sido un camino de rosas». «Ha habido etapas muy buenas, especialmente cuando te haces consciente de que la gente que te escucha no se estraña al oír lo que cuentas. Sentirme comprendida me hizo abandonar la mentira porque yo era una mentira andante, negaba siempre que bebía. Solo pude decir la verdad allí, en ese foro». «Lo peor fue darme darme cuenta de que era alcohólica, y que estaba enferma física y emocionalmente. Busqué un padrino y me impliqué más, y hoy puedo decir que estoy curada». Javier, por su parte, habla con la voz entrecortada porque, después de miles de reuniones, aún no ha superado su timidez. «Me costó mucho comprender comprender que yo tenía una personalidad adicta, que ya estaba conmigo antes de probar mi primera copa. Era muy joven cuento empecé y, como en esa edad todo el mundo bebe, yo no desentonaba especialmente.», explica. «Fue gracias a mi familia y amigos, que veían que mis comportamientos no eran normales, que fui por primera vez a un centro de desintoxicación. Ellos me obligaron a ir porque yo no aceptaba nada. Cuando salí de allí consideraron necesario que me uniera a A. A. para poder mantenerme sobrio, y curarme».
«Aun así, no era consciente de que estaba enfermo física, emocional y mentalmente. Pero mi sufrimiento me ha enseñado que solo yo podía a ayudarme a mí mismo. Empecé a obedecer, a hacer caso. En una de mis recaídas salí de hospital muy medicado y me dijeron que tenía que ponerme a estudiar. Tenía que volver a ir a clase. Fue durísimo porque por la medicación me quedaba dormido en clase, en el autobús –y me pasaba la parada– pero lo seguí intentando». Hoy Javier tiene una carrera, metas e ilusiones y, sobre todo, esta vivo.