La Razón (Cataluña)

Lagarde y el rebote del gato muerto

► El Banco Central Europeo subirá los tipos de interés a finales de julio y antes dejará de crear dinero nuevo, todo para embridar la inflación, otra vez el gran problema

- Jesús Rivasés

JohnJohn Kenneth Galbraith (1908-2006), amigo y asesor económico del presidente John F. Kennedy, fue un economista iconoclast­a de más éxito público que académico que dejó muchas frases lapidarias, a veces polémicas, como «el proceso por el que los bancos crean dinero es tan sencillo que repugna a la inteligenc­ia». Se refería a los bancos comerciale­s que «fabrican» dinero cuando conceden créditos. Los bancos centrales, sin embargo, todavía crean dinero con más facilidad; lo imprimen –en papel o con apuntes contables– y ya está. Todo magnífico, en teoría, hasta que llega el momento de destruir parte de ese dinero y, entonces el temor se extiende. La Reserva Federal de los Estados Unidos (FED)

–su banco central– y el Banco Central Europeo (BCE) ha creado dinero de la nada casi sin límites en los últimos años, primero para hacer frente a la Gran Recesión y sus efectos y luego para mitigar las consecuenc­ias de la pandemia de la Covid 19. Como si fueran magos, se sacaron de la chistera 5/6 billones de dólares los americanos y 6/7 billones de euros los europeos. Ahora ha llegado el momento de destruir parte de ese dinero, algo que tiene repercusio­nes desde las bolsas –que temen el llamado «rebote del gato muerto»– hasta las economías familiares, sin olvidar las de los Gobiernos. La FED, que preside Jerome

Powell, tomó la delantera como casi siempre y combinó, como era inevitable, la destrucció­n de dinero con una subida de tipos de interés. El BCE que preside Christine Lagarde, con el español Luis de Guindos de vicepresid­ente, después de muchos titubeos y discusione­s internas, anunció el jueves, de forma oficial, que seguirá el mismo camino. El 1 de julio dejará de comprar activos –sobre todo deuda pública– lo que significa, en la práctica, que dejará de crear dinero nuevo como hasta ahora. Luego, a finales de julio, subirá los tipos de interés por primera vez en once años, hasta el 0,25% y, si nada cambia en la situación económica, hasta el 0,50% en septiembre. Todavía no destruirá dinero, porque recomprará la deuda que venza, pero ese será el siguiente paso.

Los grandes bancos centrales –la FED y el BCE sobre todo– siguen la política de anunciar sus decisiones por adelantado para evitar turbulenci­as en los mercados. Primero emiten señales –que interpreta­n sus exégetas– de qué pretenden hacer y, por lo general, cuando ya sus intencione­s han calado en la sociedad, comunican de forma oficial cuáles serán sus próximos pasos, que es lo que hizo el BCE el pasado jueves, con la parafernal­ia habitual. Los mercados, sobre todo las bolsas, a pesar de todo, siempre mantienen dudas y en las últimas semanas había habido subidas que enjugaban parte de las pérdidas anteriores. Sin embargo, la consistenc­ia de esas alzas era tan precaria que, por eso, todos hablaban del «rebote del gato muerto», que lo que indica es que lo más probable es que las caídas de cotizacion­es vuelvan, como ocurrió tras conocerse el anuncio del BCE. «El rebote del gato muerto» –«dead cat bounce» en inglés– procede, como casi todo en los mercados bursátiles, de Wall Street y hace referencia a que un gato muerto puede rebotar del suelo si cae desde suficiente altura, lo que no impide que esté muerto. Es una imagen, quizá excesiva, pero ilustrativ­a.

El cambio de política de los bancos centrales se debe a la aparición de la inflación en unos porcentaje­s que no habían previsto, como han reconocido. Los más sutiles argumentan que la inflación americana es diferente a la europea, sobre todo porque en Europa no han subido de la misma manera los salarios, pero las dos son inflacione­s. El objetivo del BCE es que los precios no suban más allá del 2% anual, pero tampoco mucho menos. De repente, crecen a más del 7,5% y las previsione­s son que la media anual será del 6,8% en 2022 y todavía mayor en España, más del 8%. Muchos políticos culpan a la guerra de Putin –que ha agravado todo–, pero el alza del precio venía de atrás, alimentada por la expansión monetaria, la creación de dinero. La inflación es una enfermedad económica, que puede ser muy grave, y que solo se cura con tratamient­os dolorosos. El BCE y los Gobiernos quieren que sean lo más suaves posibles, pero no siempre son viables. Los más agresivos y eficaces pueden producir efectos secundario­s como una recesión y un aumento del paro. La tarea de los bancos centrales es que todo sea lo más leve posible, pero la economía no es una ciencia exacta. La FED y el BCE evitaron el desastre durante la gran recesión y la pandemia. Ahora tienen que hacer lo mismo y para eso deben aplicar las recetas contrarias, es decir, destruir dinero, que es muy doloroso, pero tan sencillo como crearlo, como apuntaba Galbraith. Lagarde y el rebote del gato muerto.

Los bancos centrales emiten señales por anticipado para evitar que sus decisiones afecten de forma brusca a los mercados y creen inestabili­dad

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