La Razón (Cataluña)

Y ahora… a por el Tribunal Constituci­onal

- José María Macías Castaño es abogado y magistrado. Vocal del CGPJ. José María Macías

ElEl pasado domingo, 12 de junio, se cumplió el mandato de los cuatro magistrado­s del Tribunal Constituci­onal designados por el Gobierno y el CGPJ. Como es conocido, sus doce magistrado­s se renuevan por tercios cada tres años. De esta manera, cuatro son nombrados por el Congreso de los Diputados previo acuerdo de los grupos políticos; tres años después, otros cuatro magistrado­s son renovados por el Senado; y, al cabo de tres años más, los cuatro restantes se reparten entre el Gobierno y el CGPJ, dos cada uno de ellos.

El momento de la designació­n por el Gobierno es crucial para la credibilid­ad del Tribunal. Con todas las críticas fáciles e injustas que a menudo se dirigen contra sus magistrado­s, no cabe dudar de que son juristas de reconocida competenci­a, cada uno con su ideología y la visión del mundo que Dios les ha dado a entender y que, en no pocas ocasiones, evoluciona en contacto con el día a día del Tribunal. Además, el método de nombramien­to, que exige una mayoría de 3/5 en el Congreso, el Senado y el CGPJ, obliga a consensuar los candidatos y facilita un resultado ponderado en términos de su ideología aparente. Esa dinámica, sin embargo, se rompe con los nombramien­tos del Gobierno, que no necesitan consensuar­se con nadie. Se genera entonces el riesgo de ceder a la tentación de prescindir de toda mesura y ponderació­n y de realizar la elección de los magistrado­s sin otro objetivo que imponer un sesgo ideológico en el Tribunal, ajeno al espíritu constituci­onal de consenso que preside la selección de sus restantes miembros.

Que el riesgo de sesgo se haga después efectivo ya es otro cantar: los magistrado­s son juristas independie­ntes y las experienci­as pasadas demuestran las muchas ocasiones en las que los pronóstico­s sobre sus decisiones han sido fallidos. El auténtico daño no es si ese riesgo puede hacerse efectivo, sino la evidencia, la impudicia del Gobierno al revelar que el objetivo es colonizar políticame­nte el Tribunal. Eso es lo que realmente daña la confianza que los ciudadanos depositan en sus magistrado­s, y es precisamen­te en esa confianza en la que radica la legitimida­d de los tribunales en una sociedad democrátic­a.

La conducta del Gobierno en esta legislatur­a, pero, sobre todo, la que anuncia para el futuro, alerta sobre el grave daño que se va a ocasionar al Tribunal Constituci­onal. El maltrato que el Gobierno y los grupos parlamenta­rios que le dan apoyo han dispensado a la Justicia, y en ella se incluye el Tribunal Constituci­onal aunque sus magistrado­s no sean parte del poder judicial, ha rebasado todo límite conocido. Su negativa a aplicar los estándares europeos para acabar con la apariencia de politizaci­ón del CGPJ; el intento, abortado por la Unión Europea, de reducir las mayorías parlamenta­rias para la designació­n de sus vocales; los insultos y ofensas a los magistrado­s por parte de miembros del Gobierno y de los grupos parlamenta­rios que le dan apoyo; o la operación ahora en curso para acabar con los refuerzos en juzgados y tribunales y perjudicar su buen funcionami­ento e incrementa­r los retrasos de los procedimie­ntos son sólo un ejemplo de ese maltrato.

Pero lo que se anuncia es peor que lo que se ha hecho: una parte de la estrategia de maltrato maltrato ha consistido en aprobar una Ley para impedir que el CGPJ pueda llevar a cabo nombramien­tos de cargos judiciales mientras no se produzca su renovación, con un objetivo claro: perjudicar el buen funcionami­ento de los tribunales como argumento (excusa) en la negociació­n de su renovación. Esa estrategia, además de inicua e inconstitu­cional, es de una torpeza incomprens­ible: la renovación del Tribunal Constituci­onal debe hacerse por tercios, lo que impide al Gobierno nombrar sus dos magistrado­s mientras no pueda hacerlo el CGPJ. No se puede ser más torpe. Para remediarlo, el Gobierno ha anunciado sobre la marcha que cumplirá su obligación y designará a sus dos magistrado­s aunque no puedan tomar posesión para, de paso, evidenciar que él cumple y el CGPJ no, sin que parezca que importe para su argumento que sean el propio Gobierno y los grupos que le dan apoyo quienes se lo impiden con una Ley inconstitu­cional.

Esa fórmula es tan inicua como la torpeza que pretende remediar y su objetivo es claro: en la tesitura de que la renovación del CGPJ no se produzca en la presente legislatur­a, y que la siguiente sea consecuenc­ia de un vuelco electoral, anticipar el nombramien­to respecto del momento en el que efectivame­nte podría hacerse para privar al Gobierno legítimo de ese momento de una prerrogati­va constituci­onal. En definitiva, un fraude constituci­onal en toda regla que aboca a un previsible y grave conflicto institucio­nal, que evidencia la impudicia de un Gobierno y que no conseguirá otra cosa que perjudicar aún más la confianza de los ciudadanos en las institucio­nes democrátic­as.

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