La Razón (Cataluña)

Alguien lo pagará

- Juan Ramón Lucas

El mariscal Pedro Sánchez prefiere no mancharse con el aceite espeso de la derrota

AceleraAce­lera el PSOE en el final de campaña andaluza y salen los generales al campo a vender producto político. Los generales, porque el mariscal Sánchez prefiere no mancharse con el aceite espeso de la derrota. Teme que un Espadas crucificad­o mancille su arrugado prestigio porque no sabe, o hace como que ignora, que es su errática política la que lastra cualquier posibilida­d de recuperaci­ón de espacio andaluz para el PSOE. Aprueban retener talento, reforzar lo público en sanidad, y hasta casi atender la inquietud de los autónomos en la semana previa a las elecciones andaluzas; convierten a Feijóo en diana de sus dardos más o menos venenosos y más o menos certeros; anuncian el fin de los tiempos y la degeneraci­ón democrátic­a porque Moreno va a pactar con el naziferío; alinean sus tesis con las del Papa Francisco que tan fascinada tiene a la izquierda. Todo con tal de arañar votos hasta de las paredes desconchad­as. En realidad, su despliegue es tan excesivo que ofende a la razón la ministra o ministro que te dice que no tiene nada que ver con lo de Andalucía, que ellos gobiernan y esta concentrac­ión forma parte de ese compromiso. Tan firme, supongo, como el de Sánchez con su propio partido en cuarentena: como ayer contaba este diario, ha preferido descolgars­e de la campaña no fuera a ser que le alcanzaran las salpicadur­as de la debacle. Todos a una, menos el responsabl­e máximo de lo que le suceda al PSOE en Andalucía. Lo cual no sólo denota escasa confianza en la remontada y la tosca munición con que la impulsan, sino que vuelve a mostrar el tipo de liderazgo de nulo arrojo que ejerce Pedro Sánchez en su partido y entre los suyos. Es el mariscal que manda a sus generales y oficiales a la batalla consideran­do que si pierden será cosa de ellos y si ganan fruto de su liderazgo.

Debe ser duro que las urnas vayan a confirmar lo que las mayorías –ese concepto de contrapeso democrátic­o que tanto gusta a Sánchez solo si las cifras le son propicias– empezaron a dibujar hace cuatro años en una tierra que ha sido su cortijo durante décadas. Más aún el barrunto de que un nuevo liderazgo en la derecha, que propone y disputa con la madurez que faltó en tiempos recientes, podría desencajar el tetris nacional que con tanta renuncia –ajena, por supuesto– se ha trabajado; esa llamada geometría variable que lo que busca es que no varíe la posición del muñidor que se sitúa a la cabeza de la pirámide de naipes.

Andalucía va a marcar una pauta y señalar un camino. El fuego artillero a discreción que ejecuta el Gobierno en las jornadas previas a la caída definitiva del imperio socialista andaluz, es el prólogo, son los juegos de artificio con que se intenta confundir al público por ver si alguno cae en la trampa.

Decía el candidato Espadas hace unos días, a la vista de la negrura del paisaje que dibujan las encuestas, que tomemos nota de lo que va a pasar el domingo. Y, sí, se hará. Nosotros para guardarlo en las estantería­s de la Historia. En su partido, para afilar de nuevo algunos cuchillos porque alguien tendrá que pagar la factura y no será Sánchez.

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