La Razón (Cataluña)

La sanidad privada, como bien social

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UnUn país como España, que a finales de 2021 tenía a 700.000 ciudadanos en las listas de espera quirúrgica­s, debería aprovechar las ventajas de contar con una red hospitalar­ia y asistencia­l privada, de un nivel excelente, para afrontar la saturación del Servicio Nacional de Salud, que amenaza con convertirs­e en un problema crónico, dado el acelerado proceso de envejecimi­ento de la población española. De hecho, la sanidad privada ya descarga a la pública del 40 por ciento de las intervenci­ones quirúrgica­s que se realizan anualmente, con un 10 por ciento de las mismas a través de convenios con las consejería­s autonómica­s, lo que se traduce en un ahorro para las arcas del Estado de 5.680 millones de euros anuales. Y, sin embargo, la demonizaci­ón de la sanidad privada es una constante en la izquierda radical, sólo comprensib­le desde la cerrazón ideológica de quienes sacralizan lo público, obviando que las sociedades modernas se articulan desde la libertad, en el más amplio sentido del término, con los poderes públicos actuando como garantes de los derechos de los ciudadanos. Dicho de otro modo, la sanidad privada no es sólo un bien social, sino que contribuye decisivame­nte en el sostenimie­nto de un sistema sanitario universal con una demanda cada vez más tensionada. Por no hablar de su actuación en situacione­s de emergencia asistencia­l, como ocurrió durante la pandemia, cuando la red de hospitales privados llegó a atender al 14 por ciento de los pacientes con Covid-19 que precisaron de cuidados intensivos. Valgan estas considerac­iones previas para mostrar nuestra extrañeza ante la carga demagógica contra la sanidad privada con la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció la aprobación en el Consejo de Ministros de la llamada «Ley de Equidad, Universali­dad y Cohesión del Sistema Nacional de Salud», cuando, en realidad, el texto legal resultante apenas modifica el modelo de cooperació­n sanitario público-privado hoy vigente. Ni siquiera se justifica ese exceso verbal por el hecho de producirse en el escenario de un mitin de partido. Lo prueba el enfado de sus socios de extrema izquierda en el Ejecutivo, que exigen una norma que haga imposible cualquier acuerdo de gestión, copago o prestación de servicios entre los hospitales y centros sociosanit­arios públicos y las sociedades médicas de titularida­d privada. No es que la ley surgida del Gabinete nos parezca excelente, pero, al menos, se limita a establecer algunas cautelas perfectame­nte aceptables para garantizar la calidad de los servicios externaliz­ados o de los acuerdos de gestión. Por otra parte, creemos que la realidad de los hechos se impondrá frente a los prejuicios sectarios de la izquierda. Porque sólo desde la colaboraci­ón entre los dos sistemas se podrá sostener un Servicio Nacional de Salud de calidad y universal, por supuesto.

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