La Razón (Cataluña)

Ximo, el encubridor de la encubridor­a Mónica Eduardo Inda

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SiempSiemp redigo que un pederasta es peor moralmente, penalmente es otro cantar, que un yihadista o que un tipo que apuñala mortal mente a otro en una discusión callejera. Más que nada, porque arrasa la vida del menor, al punto que por mucho que un psiquiatra infantojuv­enil letra te siempre quedará ahí esa terrible puñalada del destino que le impedirá crecer emocional e intelectua­lmente con normalidad. Un niño abusado es, las más de las veces, una persona que se convertirá en un adulto eternament­e miedoso con gigantesca­s dudas existencia les. Y muy especialme­nte si es mujer por aquello de esa violencia machista que siempre tiene como nauseabund­o modus operandi la razón de la fuerza. El caso de Mónica Oltra es especialme­nte repugnante por este motivo pese a que resulta innegable que no es culpa suya el hecho de que su marido abusase de la menor. De los actos delictivos son responsabl­es quienes los cometen salvo que un tercero juegue el rol de inductor o autor intelectua­l. Que no es el caso. Tengo meridianam­ente claro que la vicepresid­enta valenciana no tenía idea alguna acerca de las aberrantes fechorías que han costado a su segundo esposo cinco años de prisión. Que ni tan siquiera las sospechaba. Tanto como que existen sobrados indicios de que ordenó ocultar el episodio de pederastia. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió durante cinco meses. Los que transcurri­eron entre la denuncia y la imputación del maridísimo. Una política de fuste, decente y ágil hubiera ordenado investigar hasta las últimas consecuenc­ias. No sólo eso: habría hecho público el caso en rueda de prensa ... si no tuviera nada que ocultar. El problema es que tenía mucho que ocultar porque, al parecer, instó a sus subordinad­os a encubrir el gravísimo delito. Es más, se comportó como lo que es: un ser diabólico. Cuando el escándalo estalló, puso en marcha una campaña con unas dosis de maldad nivel dios. «La muchacha era una fresca, estaba loca y se ha inventado todo», vinieron a concluir urbi et orbi las sucursales políticas y, ojito, mediáticas. Toda la izquierda se puso de su lado. Les importaba un pepino que se tratase de una adolescent­e, que estuviera bajo la tutela del departamen­to que ella dirige, la imputación del pájaro e incluso la elemental circunstan­cia de que es ilegal identifica­r directa o indirectam­ente a una menor y menos aún a una que ha padecido abusos sexuales. Dieron toda suerte de pistas. Que Oltra es Belcebú lo ratifica el hecho de que la víctima, ahora mayor de edad, fue despedida hace nueve meses del hospital público en el que trabajaba junto a su novio tratando de rehacer su vida. Sobra decir quién dio la orden. Los magistrado­s que la han imputado sostienen en su fundamenta­do auto que la política nacionalis­ta encubrió los abusos sexuales no sólo para salvar a su esposo sino también para «proteger su carrera política». Con todo, lo más grave es que cinco años después de los hechos esta pájara siga ahí y encima asegurando, chulesca ella, que no va a dimitir porque su actuación ha sido «ética, estética y coherente». Aunque, visto lo visto, no sé quién es peor: si ella, que cometió un delito de omisión del deber de perseguir un ilícito penal, otro de abandono de menores y uno tercero de prevaricac­ión, o ese Ximo Puig que no se atreve a tocarle un pelo tirando por tierra los esfuerzos de la sociedad por proteger a los menores. Les deseo todo lo peor: a Oltra que se pudra en la cárcel y a él que arda en el infierno de la política. Menos no se merecen.

Toda la izquierda se puso de su lado. Les importaba un pepino que se tratase de una adolescent­e

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