La Razón (Cataluña)

Depravados, miserables y asesinos

- Marta Robles

ElEl caso de Marta Calvo y su descuartiz­ador confeso nos tiene a todos estupefact­os. A mí, además, encendida. Verán, aborrezco a los cobardes. Y esos tipos que se sobran con los más débiles (casi siempre son tipos, aunque también haya tipas) me despiertan los peores instintos. El tal Jorge Ignacio Palma, con tres acusacione­s de asesinato a su espalda y otras ocho de abuso sexual, es uno de esos pájaros que, además de sus aberracion­es sexuales, necesita someter a las mujeres hasta la extenuació­n. No es que las inflara de cocaína en sus partes sexuales para tener un sexo, digamos, más «jolgorioso», es que sabía –porque repitió una y otra vezsu modus operandi– que así las dejaba K.O. Y eso era lo que quería. Más allá de que sea un asesino despiadado, que parece que su confesión, aunque no haya cuerpo, no deja lugar a dudas, es también el retrato de ese hombre que no se atreve a relacionar­se con una mujer de tú a tú, que la necesita pagada, dopada y en la situación de máxima vulnerabil­idad.

Aprovecho para decir, que incluso las poquísimas mujeres que ejercen la prostituci­ón de manera «voluntaria» (ya se sabe que esa «voluntarie­dad» tantas veces atiende a precarieda­des emocionale­s o económicas) también está en riesgo, porque la intimidad siempre lo supone. Y compartirl­a con un desconocid­o que la paga y se cree con «derechos» por hacerlo es más que peligroso. Por eso, desde mi punto de vista, es imposible que la compra de carne humana, el uso de un cuerpo tras pagarlo, se pueda considerar un «trabajo digno», por mucho que se empeñen proxenetas, puteros y hasta asesinos como este, que siempre van en busca de «piezas» desvalidas, como Marta, Arliene y Lady Marcela. D.E.P.

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