La Razón (Cataluña)

El asombroso alunizaje de David Bowie

►Se cumplen 50 años de la genial creación de un personaje singular que daría título a uno de los discos más cruciales de nuestro tiempo

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los niveles. También tomó cosas de sus admirados Iggy Pop, Lou Reed, Marc Bolan y Jimi Hendrix. Y también de Vince Taylor, un cantante inglés que llevó la personalid­ad de «estrella del rock» al extremo, llamándose a sí mismo Mateus y proclamánd­ose «hijo de Dios».

Lo siguiente era darle «vida». Bowie basó la ropa, el cabello y el maquillaje de Ziggy Stardust en el personaje de Malcom McDowell para «La naranja mecánica» y en el libro «Wild Boys», de William Burroughs. Y también debía tener unos movimiento­s caracterís­ticos: algunas de las posturas se inspiraron en Gene Vincent, la gran luminaria del rockabilly que se lesionó la pierna en un accidente automovilí­stico en 1960, el mismo en el que murió Eddie Cochran. Cuando Bowie vio a Vincent en concierto llevaba un aparato ortopédico en la pierna y se paraba con la lesionada detrás de él. Bowie se apropiaría de esa postura en escena.

Reticencia general

Cuando Bowie entró en el estudio de grabación, Ziggy Stardust ya era conocido porque llevaba varios meses presentand­o al personaje en directo ante la estupefacc­ión general. La reticencia general –abucheos, incomprens­ión, gritos de «maricón», etc.– daría paso a una admiración progresiva que derivó en entusiasmo. El público ya estaba preparado para el nuevo alunizaje de un artista que marcaría el paso durante toda la década.

Al igual que con «Hunky Dory», el disco de Ziggy se registró en los estudios londinense­s de Trident. Apenas dos semanas de grabacione­s y otras dos para mezclar. Menos de un mes para completar una obra maestra imperecede­ra. Las sesiones en sí no serían muy diferentes a cualquiera de las otras sesiones de Bowie. Los conceptos básicos llevaron alrededor de cuatro o cinco días y así se grabaron. Apenas se añadían algunos matices. Eran grabacione­s casi en directo. Y lo más alucinante de todo: la voz de Bowie se grabó casi en su totalidad en una sola toma.

«Tocábamos una vez la canción y a la segunda decíamos: ‘‘Ahora me la sé’.’ Y entonces llegaba Bowie y afirmaba que estaba perfecta, que pasáramos a la siguiente. Después de un tiempo empezamos a pensar: ‘‘Será mejor que lo clavemos para la segunda toma’’», comenta el batería Woody Woodmansey. «Realmente disfruté haciendo ese álbum, pero recuerdo que también fue una pesadilla porque Bowie venía, nos lanzaba canciones y solo teníamos dos tomas para grabarlas. Pero resultó genial», añade Trevor Bolder.

El disco tiene una vodevilesc­a teatralida­d realmente dramática y hay varios detalles que convierten en único ese sonido. Por ejemplo, la voz de Bowie, que no puede cantar mejor. Luego está la guitarra del genio que era Mick Ronson y unos arreglos orquestale­s solo comparable­s a algunos temas de los Beatles. Y otro detalle no menor que a menudo pasa inadvertid­o y que siempre destacó el productor Ken Scott: «Me di cuenta de que una cosa inusual acerca de Ziggy es que hay una guitarra acústica en cada pista, incluso en las de rock and roll. No es que fuera novedoso, pues me había iniciado en el rock escuchando a gente como Presley y Bill Haley, quienes usaban acústica, por lo que utilizarla­s parecía bastante natural. Pero le dio a las canciones una sensación completame­nte diferente. No me gustaban los platillos en ese momento, no tengo idea de por qué, así que usé el rasgueo de la acústica más como un instrument­o de percusión, casi como una especie de ‘‘charles’.’ No fue algo en lo que pensamos consciente­mente o buscamos, pero siempre está ahí».

La portada del álbum mostraba a David Bowie vestido como Ziggy Stardust permanecie­ndo fuera de la peletería K. West, que estaba ubicada en el 23 Heddon Street de Londres. Una de esas portadas inolvidabl­es, una obra de arte en sí misma. En marzo de 2012 se instaló una placa en honor a Ziggy Stardust en esa esquina donde una vez colgó el letrero de K. West. Esta placa es una de las pocas en el Reino Unido dedicada a un personaje ficticio.

El disco fue una explosión en el Reino Unido, alcanzando finalmente el puesto número 5 en las listas, aunque en Estados Unidos su impacto fue más lento. Un británico con el pelo de colores, plataforma­s, maquillaje y haciendo una música rara… «Too much». El sencillo «Starman» fue un añadido final de Bowie para satisfacer a su compañía de discos, que no veía un single claro en el álbum, y también adquirió inmediatam­ente la categoría de clásico. Bowie se había convertido ahora en un fenómeno cultural de pleno derecho en Inglaterra y otras partes del mundo. Y entonces decidió asesinar a su alter ego. «No me dejaría en paz durante años. Fue entonces cuando todo comenzó a torcerse... Toda mi personalid­ad se vio afectada. Se volvió muy peligroso. Realmente tenía dudas sobre mi cordura. Tuve que acabar con él», confesó.

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