La Razón (Cataluña)

Mónica Oltra y el todo vale

Es terrible imaginar lo que harían si pudieran estos fanáticos contra sus críticos o los disidentes

- Francisco Marhuenda

LaLa superiorid­ad moral de la izquierda se basa, precisamen­te, en que cuenta con el apoyo del mundo de la cultura y el periodismo. La descarada adscripció­n partidista, aunque no tengan el carné de un partido, de pintores, escultores, escritores, periodista­s, músicos, profesores y catedrátic­os, actores y directores… explica la impunidad con que actúan el PSOE y Podemos o por qué todo les sale gratis. No hay coste. No hacen lo mismo cuando afecta al centro derecha. El expresiden­te valenciano Paco Camps fue el protagonis­ta de 169 portadas del diario y el grupo mediático que controla Miguel Barroso. Es un dato objetivo, mientras que Mónica Oltra recibe un trato exquisito porque es una política de izquierda radical. Me recuerda mucho el refrán de «perro no come perro». Oltra, al igual que Colau, Iglesias y otros personajes de la nueva política, fueron acogidos con enorme fervor mediático. La realidad es que eran una colección de demagogos que habían fracasado profesiona­lmente y estaban dedicados al activismo social y político desde posiciones marginales. Los que gritaban «no nos representa­n» y querían asaltar los cielos solo han conseguido ganar pasta y mejorar sus condicione­s de vida. Es llamativo que la sociedad española en el siglo XXI sea tan poco exigente a la hora de elegir a sus políticos.

Los que se encargan de gestionar presupuest­os multimillo­narios y toman decisiones de gran trascenden­cia tienen una trayectori­a profesiona­l previa inexistent­e o irrelevant­e. Nada que ver con lo que sucede en algunos países, aunque en muchos se está imponiendo el modelo populista gracias al sistema presidenci­alista. No hay más que ver el panorama desolador de Hispanoamé­rica o que la elección en Estados Unidos fuera entre dos personajes como Trump y Biden. El éxito y el fracaso del demagogo Pablo Iglesias, el que pretendía ser un tribuno de la plebe, es el paradigma de estos nuevos tiempos donde impera en la izquierda la mediocrida­d más exasperant­e. Por supuesto, nada que ver con Berlinguer, Marchais, los líderes laboristas británicos y tantos otros dirigentes europeos que tenían altura política e intelectua­l. Ahora es época de personajes como Oltra, Iglesias, Colau, Montero, Belarra, Otegi… que tienen como referentes a Chávez, Maduro, los Castro y otros revolucion­arios de medio pelo caracteriz­ados por su desdén por los derechos humanos y su vocación extractiva de los recursos de las naciones que han conseguido controlar. No hay ni un solo caso en ese mundo del comunismo, tanto en el siglo XX como en el XXI, que pueda ser un referente de ética, respeto de los derechos humanos y las libertades públicas y una gestión eficaz de los recursos nacionales.

Ahora no se llaman comunistas, porque es mejor utilizar subterfugi­os o retorcer el lenguaje para blanquear el horror de lo que realmente representa­n y cuáles son sus auténticos objetivos revolucion­arios. No hay más que ver el odio que rezuma Oltra cuando esgrime excusas inconsiste­ntes para no dimitir. No aceptan la diversidad social y la pluralidad política, porque son comunistas y todo vale al servicio de su idea colectiva de entender la sociedad. Es un concepto muy alejado de los valores europeos. Los socios de Compromís han cerrado filas con la controvert­ida vicepresid­enta valenciana. Lo asombroso es el contenido de las intervenci­ones que pudimos escuchar o leer este sábado. La denuncia fue de la menor que sufrió los abusos de su entonces marido. No es ninguna campaña de la ultraderec­ha o una persecució­n contra ella por su defensa de la sanidad pública. Es terrible imaginar lo que harían si pudieran estos fanáticos contra sus críticos o los disidentes. El comunismo es una ideología totalitari­a y conocemos muy bien su obra en todos los países en los que ha gobernado.

La desesperac­ión de Oltra y sus compañeros se debe a que pueden perder el poder. Es algo que no soportan. El retroceso se comprueba en todas las elecciones que se han celebrado. Ahora veremos el alcance del desastre en Andalucía. A pesar de ello, no hay más que ver la arrogancia que emplean los dirigentes de Podemos y, sobre todo, su soberbio líder en la sombra, Pablo Iglesias. En ningún momento hacen autocrític­a, salvo que puedan ser considerad­as como tal las purgas o los feroces ataques contra los que tienen una representa­ción mucho más amplia del pueblo español que la ridícula presencia de las formacione­s a la izquierda del PSOE. La inconsiste­ncia intelectua­l de este grupo es la clave, porque emplean un discurso simplón, errático y populista al estilo de Iglesias. Las cosas no pueden ir bien cuando la actividad política les resulta económicam­ente más rentable que regresar, los que lo tenían, a sus puestos de trabajo. No es lo que sucedía en la izquierda, incluidos los comunistas, hasta que llegó el movimiento del 15-M. No fue más que el triunfo de unos demagogos que se creían unos nuevos Gracos e impulso de un fracasado proceso de recomposic­ión de la izquierda a peor. No han sido más que una colección de mediocres iluminados.

Oltra no es más que una anécdota política. Alguien intrascend­ente que se consume en la hoguera de su soberbia. Le retrata la sucesión de mensajes simplistas para justificar su superviven­cia. Los que la aplaudían y jaleaban confirmaro­n que España no tiene una izquierda moderna y consistent­e. Esperaba más de Baldoví. Al final todo se reduce a su frase de «si tocan a una, nos tocan a todos». Los abusos de la menor son irrelevant­es, la acción de la Justicia una maniobra de la extrema derecha y la indignidad de su marido, ahora convertido en su ex, no mereció ningún comentario. Hay una doble vara de medir. El problema no son esos políticos de medio pelo, sino una izquierda que no se levanta indignada ante estos atropellos y unos periodista­s, encabezado­s por Barroso, que tratan este sórdido escándalo y el vergonzoso comportami­ento de Oltra con guantes de seda.

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