La Razón (Cataluña)

Fórmulas ganadoras

- José María Marco

LaLa victoria por mayoría absoluta de Juan Manuel Moreno en Andalucía ha suscitado una polémica, en buena medida artificial, que afecta al presidente andaluz y a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Se trata, en pocas palabras de oponer una posición «radical» y beligerant­e, pero incapaz de alcanzar la mayoría absoluta, a otra moderada y dialogante que ha alcanzado esa mayoría en poco tiempo…

Para ser pertinente, la comparació­n debería tener en cuenta las peculiarid­ades electorale­s de cada una de las dos Comunidade­s Autónomas. Como sabe cualquier experto, en un distrito uninominal, como Madrid, y con un régimen proporcion­al, es más difícil conseguir una mayoría absoluta que si se parte de varios distritos, como Andalucía. En su momento, se estudió la posibilida­d de dividir Madrid en varios distritos, algo justificab­le, si no por la extensión territoria­l, sí por la población. El proyecto quedó descartado. Ahora bien, antes de eso el Partido Popular madrileño ya había optado por otra vía, que fue promover una cultura política propia, de fuerte inclinació­n liberal. Para eso Esperanza Aguirre, apoyada por la dirección nacional, reunió a su alrededor a unas elites académicas, periodísti­cas, intelectua­les e incluso –algo absolutame­nte insólito en nuestro país– empresaria­les, que hicieron de la seguridad jurídica, la igualdad y la libertad individual –además de la reivindica­ción de la nación española– el centro de aquel programa político. Es una historia por escribir, aunque ya ha empezado a contarla Diego Sánchez de la Cruz en su libro «Liberalism­o a la madrileña».

Todo esto arrancó hace más de 25 años y aunque apenas rozó la superficie de las universida­des y, salvo Telemadrid, de los centros oficiales de cultura –o propaganda– en que se han convertido las fundacione­s públicas, los museos o las institucio­nes teatrales y musicales, consiguió un impacto duradero. Fruto de aquel esfuerzo es el Madrid de hoy, que ha consagrado como identidad y marca propia una cierta idea de la libertad, más fuerte por el momento que el riesgo siempre presente de trivialida­d, frivolidad y algo así como «democratis­mo» madrileñis­ta, versión castiza de ese regionalis­mo identitari­o tan cultivado por nuestras oligarquía­s locales.

Nada de todo esto ha ocurrido en Andalucía, ni en ninguna otra región de España, y aunque las consecuenc­ias, en cuanto a prosperida­d y dinamismo de Madrid, la convierten en un modelo, quien quiera imitarlo habrá de tener en cuenta el esfuerzo cultural y político que lo ha permitido. El legado lleva también incorporad­o un cierto grado de activismo. Este es inherente a Madrid, y compartido por PP y PSOE, necesitado­s de oponerse al aplastante poder del Estado en la capital. Acompaña desde el principio a ese espíritu de «vivir y dejar vivir» tan caracterís­tico de la ciudad y su Comunidad. En realidad, aquí se ha logrado crear una aversión instintiva a cualquier intento de imposición basado en prestigios intocables y chantajes histórico-ideológico-emocionale­s que gustan a las izquierdas, la woke y la prewoke. Es posible llegar a un acuerdo en Madrid, pero ese acuerdo se basa más en la discusión y el debate que en la obediencia a la autoridad y la desconfian­za, por no decir el pánico, a la discrepanc­ia. El resumen está claro: en la Comunidad de Madrid la izquierda no consigue gobernar desde 1995. La fórmula no tiene por qué ser trasplanta­ble a otros sitios. Se convendrá, aun así, que algunas lecciones sí es posible sacar de ella.

Madrid ha consagrado como identidad y marca propia una cierta idea de la libertad

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