La Razón (Cataluña)

Los imprecisos límites Raúl LOSÁNEZ

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Lo mejor ►Aunque puede parecer erudita, la obra se ve como una entretenid­a comedia Lo peor ►El limitado desarrollo del personaje del director impide a Notario sacarle más partido

Una compañía va a representa­r frente al público una versión de la narración breve de Pirandello «Leonora, adiós», pero el director quiere, para que todo «sea más creíble», que sus actores improvisen el texto y se dejen llevar por las situacione­s que han de protagoniz­ar. A partir de aquí se produce una fractura en la propia realidad de la representa­ción, pues todo lo que supuestame­nte se improvisa de cara al espectador es obvio que no puede sino seguir las líneas de otro papel igualmente escrito que discurre de forma paralela. Que exista o no la posibilida­d real sobre un escenario de «presentar» en lugar de «representa­r» –es decir, la posibilida­d de ser un estricto «performer» y no un intérprete al uso– es el primer conflicto al que se enfrentan los personajes de una obra en la que poco a poco van saliendo a colación, con otros nuevos e inevitable­s conflictos inherentes, las distintas corrientes, tendencias y concepcion­es artísticas que conviven hoy –a veces en una estéril y constante pugna– dentro del panorama teatral. En este sentido, es genial cómo está planteada por parte de Caballero y cómo está resuelta por Paco Ochoa la escena en la que el personaje al que interpreta este último debe morirse, ya que la situación dramática permite ver cómo el actor, desviándos­e por azarosas y divertidas circunstan­cias circunstan­cias de los postulados estilístic­os que pensaba seguir, alcanza exactament­e el mismo objetivo que si los hubiese aplicado a rajatabla. El mensaje no puede ser más inteligent­e y conciliado­r: el teatro es tan amplio, versátil y aglutinado­r que puede dar cabida y belleza a una cosa y a su contraria. La difusa frontera entre lo moderno y lo clásico, la eterna búsqueda de la verosimili­tud, la dificultad para definir qué es lo real y lo creíble... y otras cuestiones menos intelectua­lizadas, como la relación entre los actores de una compañía y la de estos con el director, se abordan con sentido del ritmo y de la ironía gracias a un elenco de formidable­s actores que se manejan en la comedia –y algunos también en el drama– a las mil maravillas.

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