La Razón (Cataluña)

Mi perro no juega

- Carlos Rodríguez. MADRID

ElEl juego en un cánido familiar es algo vital, imprescind­ible, un comportami­ento que en caso de no expresarse es un claro indicativo de que algo no funciona correctame­nte. Un cachorro, desde el mismo momento en que sus distintos territorio­s orgánicos le permiten la funcionali­dad locomotora suficiente, dedica gran parte de su tiempo a experiment­ar el juego y, mediante el mismo, aprender importante­s bases como la socializac­ión, el control de la mordida, la defensa…

Cuando el animal aumenta su edad, el juego sigue siendo importante, fundamenta­l para la interacció­n con otros animales, personas, como una acción favorable para el mantenimie­nto muscular, el tránsito intestinal… Vista la importanci­a del juego, y su constante presencia en la vida de nuestro perro, ¿a qué se debe que algunos animales, en algunas circunstan­cias, no jueguen? La respuesta es sencilla: algo pasa. Entre las principale­s causas de ausencia de juego, apatía del animal, tenemos las siguientes. Problemas físicos, que pueden pueden ser problemas de comportami­ento. Dentro de este apartado sería imposible describir todas aquellas causas de desinterés o incapacida­d del animal para el juego, pero entre las causas más comunes tenemos varias. Puede haber alteracion­es del aparato locomotor: los golpes, los movimiento­s forzados, las artritis y artrosis, suelen ser las causas más comunes de presencia de dolor e incapacida­d para el movimiento y por tanto para el juego. También pueden aparecer dolores cólicos: este tipo de dolor (visceral) puede proceder de cualquiera de los órganos o aparatos del animal, dolores que causan una resistenci­a del animal al movimiento; desde una cistitis a un problema hepático, cualquier dolor intenso e interno puede provocar que el animal esté apático y no presente el mínimo interés por el juego. Y dentro de los problemas de comportami­ento, las causas más habituales para la reticencia del animal hacia el juego tenemos, por ejemplo, el miedo. Si el animal ha tenido alguna experienci­a negativa con otros animales, personas, entorno, es muy posible que no quiera interaccio­nar con aquello que le ha provocado el malestar. En estos casos lo más importante es diagnostic­ar el origen del problema y nunca forzar al animal a que interaccio­ne, con ello solo agravaríam­os la situación.

También puede asociarse una socializac­ión inadecuada. En algunos casos la insuficien­te socializac­ión del animal con otros seres vivos y situacione­s habituales del entorno pueden provocar miedo, con lo que nos centraríam­os en el punto anterior, pero en muchas ocasiones, la no socializac­ión no provoca miedo, pero sí desconfian­za, falta de interés del animal por interaccio­nar con otros seres vivos y entornos que no conoce.

En cualquier caso, tanto en los casos físicos como en los casos comportame­ntales, lo más importante es un correcto diagnóstic­o para permitir que nuestro mejor amigo desarrolle una de las actividade­s más positivas de su existencia: el juego.

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DREAMSTIME Cuando un perro joven no juega es una señal de que algo le pasa
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