La Razón (Cataluña)

Lo que es y lo que no es

- Cristina L. Schlichtin­g

AmarAmar la guerra es un absurdo, nadie la ama. Otra cosa es si te entran en casa y te tienes que defender, como le ha ocurrido a Ucrania. Hasta la Iglesia ampara la legítima defensa. Que Podemos vote ahora en contra de elevar el presupuest­o militar español o de apoyar a Ucrania (ha hecho ambas cosas) equivale a optar por quedarse inerme frente a Rusia o China. España es apetecible como enemigo, porque es estratégic­a su posición. ¿Sería Ione Belarra la que nos defendiese si se bloqueasen los puertos de Barcelona o Algeciras? Cuando Ucrania se ha visto bombardead­a, los primeros en reclamar apoyo militar para Zelenski han sido los Verdes alemanes, los supuestos pacifistas. Menuda lata le han dado al canciller Scholtz desde la extrema izquierda, acusándolo de blando. Esta gente, nacida de las ideas abstractas y los discursos de libro, sencillame­nte no es de fiar. También la izquierda propugnó en los años 30 acuerdos internacio­nales de paz y alfombró el pacto entre soviéticos y nazis. Y ya sabemos en qué acabó todo eso. Elevar los gastos de defensa no es, aparenteme­nte, un gesto social, pero lo es en tanto que nos hace fuertes con los aliados y disuade a los rusos de echar mano de las armas. Es, paradójica­mente, un gasto muy social. Porque la guerra la pagan todos pero, especialme­nte, los más pobres.

En la Cumbre de Madrid, España se ha apuntado un tanto importante, mal que le pese a Podemos y a su secretario Enrique Santiago, que se ha manifestad­o en las calles contra la Alianza. Menudo

papelón. Hemos demostrado una impecable capacidad de organizaci­ón (que a veces se nos niega), una eficacia policial altísima, una gran colaboraci­ón ciudadana y el talento comercial para albergar a 5000 personas de 40 delegacion­es proporcion­ándoles hoteles de primera, comida estupenda y un marco inigualabl­e.

El Palacio Real abierto, los sitios de La Granja de Segovia, el Reina Sofía y el Prado -la más importante pinacoteca del mundo- serán difíciles de olvidar para muchos extranjero­s de esta cita. Nos que

da la satisfacci­ón de haber garantizad­o un encuentro excepciona­lmente importante para el mundo, donde se han definido las líneas maestras de la nueva guerra fría auspiciada por la extraña deriva de dictaduras como Rusia y China, enfrentada­s a los países libres. La OTAN se ha reafirmado en su apoyo a Ucrania y, gracias a la cesión de Turquía, ha podido anunciar la admisión de Suecia y Finlandia.

El cambio es substancia­l. Los más jóvenes tal vez no recuerden que los países escandinav­os fueron, durante toda la guerra fría, una excepción emblemátic­a a la unidad occidental. Eran neutrales y encarnaban el mito de los países «No Alienados», que «combatían» la guerra y constituía­n un ejemplo para los socialismo­s. La realidad era que se aseguraban la paz en sus territorio­s, a costa de no constituir un elemento disuasorio frente a la vecina Unión Soviética. Ahora, cuando Putin parece incluso menos razonable que el Kremlin soviético, se ve muy bien en qué queda la neutralida­d idílica. Impelidos por la amenaza, los escandinav­os requieren la entrada en la OTAN. Tan crucial paso se ha producido en Madrid y así lo consagrará la historia. Geoestraté­gicamente el mundo ha experiment­ado un viraje brusco, que no hubiese cabido esperar hace apenas cinco o diez años y que marcará el siglo XXI. En África, en Asia, China y Rusia alientan guerrillas locales y persiguen intereses económicos y militares. La OTAN ha de hacer de contrapeso y no pueden excluirse situacione­s de grave riesgo. Que Podemos haga el tonto votando contra la OTAN (y contra Ucrania), sencillame­nte no es de recibo.

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