«El adversario», de Carrère: la bestia que llevamos dentro
Es uno de los libros más importantes del autor francés y parte de los asesinatos que cometió un hombre que se pasó la vida fingiendo lo que no era
Hay que escuchar a las abuelas. Las abuelas siempre tienen razón. No es que ahora sea un cursilón o uno de esos colegas con la conciencia fragelada por los yerros y que, sin venir a cuento, haya aflojado las tuercas que amartillan la testa, que me haya vuelto un nostálgico al volver la mirada al pasado. La vaina no va de este palo. Lo que sucede es que las abueluchas son como el mismísimo diablo. No es que me quiera meter con ellas. Al revés, pero es que muchas han vivido más que el propio Satanás y ya van escaldadas de perrerías, vamos, que se las conocen todas. Por eso siempre están con la monserga esa de que no abras la puerta a los extraños ni te fíes de quien no conoces. No lo sueltan por dar cháchara, que esta no es una batallita del abuelo, sino porque han comprobado que en el mundo no le puedes dar un voto de confianza ni a tu sombra. Emmanuelle Carrère, que es un fulano con un carácter con más planos que un paralepípedo, firmaría los renglones anteriores y estaría de acuerdo con lo escrito. Menudo es el chico. Por algo, el prenda se desmarcó con un librajo estupendo, una novelucha de las que dejan huella, «El adversario». El francés no se andó con tonterías y le quitó los moldes del texto al mismísimo Truman Capote, un pájaro del que te podías fiar menos que de un día nublado. Noveló la realidad. Partió de un hecho y le prestó la narrativa de Alejandro Dumas, por mencionar a alguien famoso. El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Roman, un tipo del que se sabía tan poco como los científicos del Big Bang, decidió matar a su mujer, a sus dos hijos, a sus padres y, para rematar la escena, suicidarse. Tal cual.