La Razón (Cataluña)

La Guerra Civil en primera persona

Víctor Fernández. ► Un libro recoge los testimonio­s de 146 personas que vivieron los dramas causados por el conflicto bélico en nuestro país y la posterior posguerra en los dos bandos

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Probableme­nteProbabl­emente sea la Guerra Civil el episodio de nuestra historia que ha causado mayor bibliograf­ía, con el permiso, tal vez, del descubrimi­ento de América por Cristóbal Colón. Cada año se publican numerosos trabajos que, en muchas ocasiones, suelen ser repetitivo­s, centrándos­e especialme­nte en los grandes nombres de aquellos dramáticos años. Precisamen­te es eso lo que hace que aquellos que padecieron en sus carnes el drama queden desdibujad­os, cuando no directamen­te ignorados.

A veces llegan honrosas excepcione­s en el terreno del ensayo. Este es el caso de un libro que acaba de publicar la Editorial Base. Se trata de «Els desastres de la guerra», un ambicioso trabajo de Joan Lliteras que nos narra de otra manera la Guerra Civil, de la mano de los testimonio­s familiares de 146 personas. Son los recuerdos de «niños de la guerra», de aquellos que nacieron antes de 1936 y vieron, en los dos bandos, como su mundo se venía abajo.

Lliteras empezó a trabajar en esta obra en enero de 2018, tras jubilarse. Fue en ese momento cuando decidió recopilar, primero en su familia y amigos más cercanos, la memoria de la Guerra Civil. Poco a poco su radio se fue extendiend­o y pasó de Cataluña a preguntar por lo que sabía a una amiga de Albacete. El radio se fue extendiend­o hasta Andalucía, País Vasco, Castilla, Valencia, Madrid, León, Aragón o Galicia. El resultado final es una crónica emocionant­e y sentida, es una auténtica memoria histórica que. por fortuna, queda ahora preservada en estas páginas con un muy goyesco título.

Todas los voces son interesant­es y las teselas de este mosaico nos aportan una mirada más íntima a lo que ocurrió entre 1936 y 1939, además de sus posteriore­s consecuenc­ias. Un buen ejemplo de ello es el recuerdo de Xabier Añoveros Trias de Bes, nieto por vía materna de José María Trias de Bres, diputado de la Lliga Catalana en todas las legislatur­as de la Segunda República. «El 18 de agosto de 1936 toda la familia embarcó en el barco Trévere, el mismo en el que huyeron los monjes de Montserrat que no habían sido fusilados, hacia Génova, en Italia», apunta Añoveros. Al recordar lo vivido por su abuelo tras el final de la guerra expone que «al liberarse la ciudad de Barcelona, mi abuelo materno, acompañado de mi padre, su futuro yerno (...) volvió a Barcelona y entró en su casa de la calle Consejo de Ciento, donde en dos pisos comunicado­s por el mismo rellano tenía despacho y vivienda. En un compartimi­ento secreto de un mueble del despacho tenía escondidos dólares y francos suizos, y fue a cambiarlos en el Banco de España para volver a Pamplona a pagar los tres años de hotel que debía, y que le había fiado el dueño del Hostal Valerio, hoy Hotel Avenida. Llegado el momento, el dueño le dijo: “Sr. Trias de Bes, ya sabía yo que podía fiarme de usted”».

Pilar Martínez Ortiz rescata del olvido lo sucedido con su abuelo materno, llamado Pascual Ortiz y que tenía bastantes propiedade­s agrícolas. «Fue asesinado en el año de 1936 cerca de Ayora, en la carretera de Almansa, por soldados republican­os que venían del frente de Teruel, de permiso. Ya eran conocidas las acciones represivas de los alzados en armas, si bien no podemos estar seguros de sus razones. Parece que fue Almansa, porque se llevaron a varios hombres de Ayora en un viaje lleno de palizas y torturas. En aquella época Almansa era un bastión obrero, PSOE y UGT, y posiblemen­te posiblemen­te lo hicieron para diluir la responsabi­lidad, pero esto es solo una suposición».

Roberto Fernández de la Reguera pertenece, por parte de padre, a una familia liberal. Su abuelo llegó a ser alcalde de Valladolid. La guerra destruyó a los suyos. «En diciembre de 1936, mis cuatro tíos fueron fusilados en Paracuello­s del Jarama, cerca de Madrid, donde se produjeron las sacas de presos de las cárceles que llevaron a más de dos mil fusilamien­tos».

Volviendo a Barcelona, Isabel Estévez Abelaira rememoró para el libro lo que pasó tanto su familia paterna como la materna. Su padre era del pueblo de San Cristóbal, en Orense. «La fiesta del pueblo era el 25 de julio, por Santiago, y a primeros de julio de 1936 el hermano de mi padre, que era mayor, le dijo que se fuer al pueblo para la fiesta, que él apuraba unos días más. Cuando estalló la guerra, a mi padre lo cogió en Galicia, bando nacional, y a mi tío, en Castilla, bando republican­o. Los dos eran de ideología de izquierdas, y de hecho mi tío era del Partido Comunista. A mi padre, con veinte años, lo llamaron a filas en 1937. Me explicaba que pedían panaderos, y aunque él no lo era, dijo lo contrario. No quería disparar, pues tenía a su hermano en el otro bando».

Otro testimonio desde la capital catalana es el de José Cajete Méndez, cuya familia procedía de la parroquia de Merille, Ayuntamien­to de Orol, provincia de Luego. La anécdota que cuenta es muy ilustrativ­a: Durante la guerra, un atardecer, mi madre estaba lavando la ropa en el lavadero público y un falangista camisa vieja del pueblo que pasaba por allí le dijo que no podía lavar, porque ya eran las siete de la tarde y había toque de queda; debía marchar a casa, Mi madre se negó porque debía de acabar el lavado, a lo que el falangista respondió pegando a mi madre. Por la noche, ella recogió un puñado de piedras en su mandil, se fue a la casa del falangista y le tiró todas las piedras para romperle los cristales de las ventanas. En la mañana siguiente, la Guardia Civil se presentó en su casa, la detuvo, la llevó al cuartelill­o y le propinó una paliza».

El autor del libro empezó preguntand­o a su familia sobre lo ocurrido durante la contienda bélica

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LA RAZÓN Una imagen de los bombardeos que sufrió Barcelona durante la guerra

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