La Razón (Cataluña)

Inflación 10, democracia 0

- Enrique López

EstaEsta semana el Gobierno ha obtenido su primer 10 en cuatro años. Lo malo es que ha sido por la inflación y no por sus actitud es democrátic­as, donde lo que hemos conocido es la propuesta urgente que le asegura una mayoría ideológica afín en el Tribunal Constituci­onal. Un nuevo intento de meter sus manos en órganos que deberían quedar al margen del juego partidista, por formar parte de las reglas de juego de nuestra democracia. La iniciativa demuestra un enorme grado de improvisac­ión, porque primero reformaron el Consejo General de Poder Judicial para que no hiciera nombramien­tos y ahora lo quieren cambiar para que sí que haga algunos que interesan, y mucho, a Pedro Sánchez. No le preocupa ninguna de las 60 vacantes judicial es que sufren importante­s tribunales, sino la posibilida­d de colocar tres magistrado­s, sobre los cuatro del tercio que está en juego en el Tribunal Constituci­onal, en el que el Gobierno ha sufrido algunos de los varapalos judiciales más sonados dela historia de la democracia, incluidos los estados de alarma que confinaron incluso al Parlamento nacional. Nada nuevo, si tenemos en cuenta como comenzó el mandato sanchista, nombrando fiscal general a quien hasta un minuto antes fue diputada del Grupo Socialista y ministra de Justicia, y llegando a proponer un cambio en las mayorías necesarias para elegir a losvocales­delCGPJ,pararenova­rlosindiál­ogoni acuerdo, pero que tuvo que frenar por la presión de las autoridade­s comunitari­as. Ataques continuos al poder judicial, que incluyen los indultos de la vergüenza a quienes fueron condenados por el Supremo por atacar la Constituci­ón y la igualdad de los españoles, y de los que también forman parte los actos y declaracio­nes continuas de desacato de los principale­s socios políticos de Sánchezcon­tradecisio­neslegítim­astomadasp­or los tribunales. Ahora, junto al ansia, aparece la prisa, porque en la Moncloa consideran urgente acumular poder en el mayor número de institucio­nes posible. Ni siquiera una empresa vinculada a la Defensa y los procesos electorale­s, como Indra, se ve libre del deseo de control sumado a la necesidad de repartir cargos entre afines donde sea posible. Tampoco el Instituto Nacional de Estadístic­a, que presta un servicio jamás cuestionad­o por ningún Gobierno, hasta que Sánchez ha decidido que datos como el de la inflación o el paro, dos terrenos de la economía en los que ejercemos un claro liderazgo europeo, justifica ponerlos bajo control directo del Gobierno, a ver si maquillánd­olos, al estilo de la cocina del CIS o con el sesgo informativ­o al que nos tiene acostumbra­dosRTVE,levaunpoco­mejoralaim­agen de Sánchez. Tanto tejemaneje ha desembocad­o en la dimisión del presidente del INE, dejando ver la existencia de presiones inaceptabl­es para liquidar la independen­cia técnica de la institució­n. Una colección de tentativas desesperad­as, oportunist­as, mezquinas y antidemocr­áticas, que levantan enormes sospechas sobre el afán repentino del control de las institucio­nes, como parte fundamenta­lmente de lo que quiere ser un rearme electoral de carácter partidista, en respuesta a una legislatur­a que ha quedado herida en el corazón por el resultado de las elecciones andaluzasy­lasensació­ngeneraliz­adadecambi­o de ciclo. El problema es que los españoles se han dado cuenta de que la inmoralida­d, esa marca del sanchismo que llama «bien resuelto» a lo que es humanament­e inaceptabl­e, por convenient­e que resulte, empieza a ser, antes que una caracterís­tica, el epitafio de toda una época. Pero debe recordar la famosa frase de Lincoln, que termina diciendo que es imposible engañar a todos mucho tiempo. TIC TAC, ya queda poco.

El problema es que los españoles se han dado cuenta de que la inmoralida­d empieza a ser el epitafio de toda una época

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