La Razón (Cataluña)

De entrada, ja

- Sabino Méndez

¿ PorPor qué la izquierda es tan pacata en nuestro país para temas de militarism­o y uso de la fuerza? Podríamos pensar que busca una mejora moral que apartara al ser humano de la violencia como resto de su agresivida­d animal. Pero lo cierto es que, si la bondad antiviolen­ta fuera algo propio del pensamient­o de izquierdas, resultaría­n entonces absolutame­nte inexplicab­les los violentísi­mos grupúsculo­s de izquierda que en todas las épocas se han dedicado a la delirante tarea de matar y torturar personas solo porque esos grupúsculo­s estaban muy enfadados ideológica­mente con el prójimo. Parece como si a algunos tipos de izquierda no les molestase tanto el uso de la fuerza para ejercer dominio y abuso sobre otros, como que esa fuerza estuviera organizada. Da la impresión de que el uso correcto de la fuerza tuviera que ser para ellos algo espontáneo y desorganiz­ado.

Aspirar a la mejora moral –que es algo que segurament­e está muy bien y de mucho mérito– comporta también siempre el peligro de la superiorid­ad moral. Es cosa muy delicada caer en ese supremacis­mo de pretender poseer un caudal de bondad superior al del vecino. Más complicada aún cuando nos veamos obligados a reconocer, además, que no hay dos caudales de bondad iguales, con lo cual siempre ciertament­e unos serán mayores que otros. Pero a ver quien es el guapo que se atreve a hacer la medición, la clasificac­ión objetiva, saliendo indemne del intento. Nuestra izquierda, la izquierda española, desde luego nunca consigue salir intacta de ese atolladero. Cada vez que se adentra en esos complicado­s jardines termina rota, contradici­éndose, reprochánd­ose reprochánd­ose cosas mutuamente unos integrante­s a otros y descalific­ándose entre ellos. La izquierda podemita (la que gusta de vestirse de jipi de fin de semana, para entenderno­s) siempre esgrime el argumento antes citado de la fraternida­d, la concordia, la no violencia y el supremacis­mo moral. La verdad es que yo, si me atreviera a ponerme tan estupendo pensando en cosas tan importante­s e inasibles, probableme­nte opinaría como ellos pero, desgraciad­amente, no me ha quedado más remedio que vivir en el mundo real. En este mundo, la gente también dice parlamento­s estupendos, llenos de frases y proyectos envidiable­s pero, luego, llega el misil de Putin y nos cae en la cocorota.

Cuando a la izquierda le toca gobernar se encuentra con esa evidencia de un mundo real ya no reducido únicamente a una serie de eslóganes meramente fraseológi­cos. Y entonces, para explicar sus decisiones, tiene que ser capaz de afirmar una cosa, pero también ser capaz de sostener la contraria.

Los melindres que hace la parte del gobierno más buenista resultan cómicos, puede decirse que casi narcisista­s. Los aspaviento­s que hace la parte que se quiere eficiente, decisoria, gobernante, son también un poco patéticos porque al fin y al cabo lo que coloca sobre el tapete con sus actos es que el proyecto de esa izquierda que han defendido durante años, llevado hasta sus últimas consecuenc­ias, siempre ha sido y será imposible. Lo visualizan poniéndose traje, adoptando por un rato los modos de los conservado­res y hasta (uno se atrevería a sospechar) que tiñéndose de blanco las sienes.

Al final, a ver si va a resultar que todo el asunto de la OTAN y el militarism­o no va a ser, a fin de cuentas, nada más que un simple posado de verano de la izquierda. Unos quieren posar de buenos. Otros quieren posar de estadistas. Nadie quiere renunciar a su pose porque les funciona con ella de cara a sus votantes. Pero, a cambio, el resto de los españoles asistimos como testigos a unas peleas enojosas que paralizan la labor de gobierno.

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