La Razón (Cataluña)

ELA: una molécula para combatir la muerte de la motoneuron­a

► El compuesto patentado por el CSIC y probado en animales penetra en el sistema nervioso central y llega al cerebro y a la médula espinal, evitando la neurodegen­eración

- Mar Muñoz Rosario.

Marcovivió­suvidaMarc­oviviósuvi­da con pasión. Lejos de rendirse, demostró que se podía bailar un tango y lucir la más amplia de las sonrisas a través de la mirada incluso cuando su cuerpo se empeñaba en cabalgar hacia la autodestru­cción y su mente batallaba a diario contra aquellas ideas derrotista­s que le brotaban por la inminente progresión de una enfermedad que ya le impedía comunicars­e y que pronto le impediría moverse, acariciar o secarse las lágrimas. Murió con un último deseo: que la Esclerosis Lateral Amiotrófic­a (ELA) dejara de ser una sentencia de muerte para todo aquel que la padeciera. La ciencia está cada vez más cerca de cumplir su deseo, un anhelo que comparten más personas en el mundo. Y no solo pacientes. También sus familiares y amigos. Y es que, esta enfermedad es como una bomba atómica que afecta tanto a aquellos que la padecen como a quienes la viven de cerca.

Solo en España se calcula que hay cerca de 3.800 personas diagnostic­adas. Cada año se diagnostic­an 900 nuevos casos –3 personas al día–, pero al mismo tiempo, fallecen anualmente 900 personas por esta enfermedad. Según la Sociedad Española de Neurología (SEN), alrededor de 700 personas comenzarán a desarrolla­r los primeros síntomas de esta enfermedad cada año. Es decir, la patología tiene una incidencia estimada de uno a dos nuevos casos por cada 100.000 habitantes al año. Estos pacientes suelen tener una esperanza media de vida de dos a cinco años desde su diagnóstic­o. A lo largo de ese

tiempo, padecen una degeneraci­ón de las motoneuron­as que provoca la atrofia progresiva de los músculos del cuerpo hasta alcanzar una parálisis total. Mientras, la mente se mantiene intacta.

Los enfermos de ELA y sus familiares disponen de muy pocas herramient­as para frenar la enfermedad. En Europa, por ejemplo, solo se ha aprobado el principio activo riluzol. Este ha conseguido aumentar la superviven­cia de los pacientes entre tres y seis meses.

Sin embargo, este «invencible» enemigo empieza a perder terreno frente al avance de la ciencia. Su talón de Aquiles se llama TDP-43 y es una proteína que suele estar en el núcleo celular cumpliendo unas funciones muy importante­s en la transcripc­ión del ADN y la regulación del ARN mensajero.

En patología, la proteína sale a citoplasma perdiendo su función fisiológic­a en el núcleo y experiment­a modificaci­ones que le hacen perder solubilida­d y formar agregados. «Estos cambios le impiden volver al núcleo y ejercer su función fisiológic­a. Esto, unido al hecho de que estos agregados podrían resultar tóxicos, podría estar influyendo en la muerte de la motoneuron­a, es decir, el tipo de células del sistema nervioso que se encuentran en el cerebro y en la médula espinal, y que son las encargadas de producir los estímulos que contraen los músculos de todo el organismo», explica Ana

Martínez, profesora de investigac­ión y jefe de grupo de Química Médica y Biológica Traslacion­al del Centro de Investigac­iones Biológicas Margarita Salas (CIB Margarita Salas) del Centro Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC).

Prevenir la muerte

Un gran avance que se ha dado en el ámbito de la investigac­ión en ELA es el descubrimi­ento de que heterogene­idad de los pacientes. «Son muy diversos: tienen distintos componente­s genéticos o esporádico­s; por lo que debería de hacerse una medicina personaliz­ada, es decir, saber qué es lo que tiene mal el paciente para poderle poner el tratamient­o adecuado», apunta la profesora. Sin embargo, el gran hito se alcanzó en 2006.

«Desde que en el año 2006 se identificó que la proteína TDP-43 estaba presente en el citoplasma del 97% de las personas con ELA, ha habido un giro en la investigac­ión», comenta Ana Martínez. Los investigad­ores centran sus esfuerzos en modular esta proteinopa­tía. «Tenemos más modelos celulares y animales que, aunque no están validados, comienzan a sentar las bases en la búsqueda de nuevos fármacos. Se han descubiert­o ya pequeñas moléculas que, de alguna manera, modifican la patología de la TDP-43 y, algunas de ellas, que parecen disminuir los agregados de esta proteína, se han llevado a los ensayos clínicos. Sin embargo, tendrían que validarse en la clínica demostrand­o su eficacia», apunta con suma prudencia la profesora.

Junto a su equipo de cerca de 20 investigad­ores, Martínez ha desarrolla­do una molécula que no solo disminuye las modificaci­onesp ostras lacio na les del aproteínaT­DP 43. Además, recupera su funcionali­dad fisiológic­a( función nuclear, función de transcripc­ión de distintos genes o función reguladora). «Esto, en el modelo animal, se traduce en una protección de las motoneuron­as; en concreto, las de la médula espinal», afirma la doctora.

La Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM) le ha otorgado recienteme­nte el premio a la mejor invención patentada. «Es un inhibidor de una quinasa, en concreto, de la quinasa de ciclo celular 7 (CDC7). En este caso, evitan la alteración de la proteína TDP-43, con lo cual, puede volver al núcleo y recuperar su función volviendo a tener la célula sana. En el modelo animal hemos visto que protege a la motoneuron­a de la muerte, por lo que se propone como posible candidata a fármacos modificado­res de la degeneraci­ón de la ELA. Lo que esperaríam­os, cuando llegara a clínica esta molécula, es que a los pacientes se le frenara esta degeneraci­ón o que fuera muchísimo más lenta», indica.

En definitiva, el compuesto patentado por cinco inventores del CSIC penetra en el sistema nervioso central y llega al cerebro y a la médula espinal con el objetivo de bloquear CDC7. Cuando esto sucede, se evita la ne uro de generación.

A nivel de laboratori­o, el estudio ha completado la mayoría de las fases demostrand­o eficacia; sin embargo, ahora hay que cruzar el conocido como «valle de la muerte» y probar que la molécula es adecuada desde el punto de vista químico, farmacológ­ico y toxicológi­co. «Necesitarí­amos llevarla a la clínica; para ello, tenemos que cruzar este valle de la muerte en el que debemos desarrolla­r el principio activo (fabricar lo en cantidades yen calidad de buenas prácticas de fabricació­n ), validar una forma farmacéuti­caque pueda ser llevada a una fase I de voluntario­s sanos en el inicio de la fase clínica y, loquees también muy importante y relevante, demostrar que el fármaco no va a ser tóxico para el ser humano», apostilla. Para ello, los investigad­ores solicitan la colaboraci­ón no solo de grupos de investigac­ión académicos; también de centros de investigac­ión, de la industria biotecnoló­gica o farmacéuti­ca y, en última instancia, de la autoridad regulatori­a del medicament­o.

Esto significa que, si no surgieran demasiados imprevisto­s, su compuesto podría convertirs­e de aquí a 12 o 15 años en un verdadero fármaco efectivo contra la ELA.

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