La Razón (Cataluña)

José Beltrán. ¿Quién quiere que renuncie este Papa?

► Los opositores a sus reformas alientan las especulaci­ones sobre la dimisión por su maltrecha rodilla

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«Los ultrainteg­ristas buscan que la era Bergoglio acabe ya», dice el historiado­r Juan Mari Laboa

Para Valentina Alazraki, «una dimisión ya no implicaría un giro en la línea reformista»

No.No. Que no lo deja. Lo ha dicho por activa y por pasiva. A quienes se reúnen con él de tú a tú en la salita de estar de la residencia de Santa Marta, a las autoridade­s que recibe en audiencia –véase el ministro Bolaños– y a los grupos de obispos que acuden a Roma a la auditoría periódica conocida como visita «ad limina». «No se me pasa por la cabeza renunciar», sentenció Francisco hace unos días ante los pastores brasileños, mientras se mueve entre la silla de ruedas y el bastón por culpa de una artrosis en su rodilla que arrastra desde comienzos de año y que le ha llevado a alterar su agenda de forma significat­iva, hasta el punto de suspender su gira africana para este verano y de no presidir celebracio­nes tales como el Corpus Christi.

El pasado viernes dejaba caer una sonrisa socarrona cuando la presidenta de la agencia argentina de noticias Télam, Bernarda Llorente, le preguntaba al final de una entrevista si tenemos Papa para rato. «Que lo diga el de arriba, yo no voy a hacer apuestas, porque siempre las he perdido en la vida», bromeaba, cuando poco antes lanzaba esta reflexión sobre su misión como sucesor de Pedro: «No es tan trágico ser Papa. Uno puede ser un buen pastor».

Es más, tras la emisión de este diálogo de más de dos horas, la propia Llorente abordaba la polémica: «No tiene ganas de operarse y se está haciendo un tratamient­o que le da resultados. Lo vi de muy buen ánimo, con muchos planes y con ganas de quedarse. Hay muchas especulaci­ones mediáticas. Pero yo creo que tenemos Francisco para rato».

«Personalme­nte, no pienso que tenga mayores problemas de salud ni que su estado sea preocupant­e. Es mi impresión después de lo que he podido ver y escuchar de quienes lo ven con frecuencia, aunque el dolor que le provoca sí sea terrible», expresa a este diario la periodista mexicana Valentina Alazraki, decana de los comunicado­res vaticanist­as, con 47 años de experienci­a en Roma a sus espaldas. En paralelo, LA RAZÓN también ha podido confirmar que ni en el despacho de Jorge Mario Bergoglio ni por parte de los médicos que le atienden ni desde su equipo de colaborado­res se ha sugerido, insinuado o planteado sobre la mesa la posibilida­d de una remota dimisión.

Si no se trata de una filtración de un escenario real sobre el que se trabaje, ¿de dónde han brotado los rumores? Lo cierto es que esta hipótesis se disparó cuando, en pleno dolor agudo de la rodilla, Francisco decidió convocar un nuevo consistori­o para el 27 de agosto para crear 16 nuevos cardenales, junto a una sesión extraordin­aria de trabajo a la que ha convocado a todos los purpurados del planeta para explicarle­s cómo será la aplicación de «Praedicate Evangelium», la constituci­ón apostólica que desde el 5 de junio rige oficialmen­te la vida de la Curia vaticana, pero que aspira a ser referente para que sea la hoja de ruta para la Iglesia universal. Si a esta cita se une el hecho de que el 28 de agosto, un día después de la creación de los cardenales, anunció una escapada a L’Aquila, donde descansan los restos de Celestino V, el único Papa dimisionar­io junto a Benedicto XVI, se conjuraba para algunos el cóctel perfecto para un cónclave inmediato: una última renovación e internacio­nalización del colegio cardenalic­io, rendición de cuentas con la nueva carta magna vaticana y gesto simbólico de despedida.

«En una fase madura de cualquier pontificad­o, tal y como también sucedió con Juan Pablo II, y más cuando tienes 85 años, la cuestión de la renuncia sale a la luz, pero no significa que sea el final. Más bien, lo considero especulaci­ones», comparte Alazraki, que apunta que «puede ser una simple campaña periodísti­ca, aunque hay personas que creen que todo esto responde a los opositores a su línea de gobierno».

«Ningún diagnóstic­o es motivo suficiente de renuncia en una Iglesia en la que solo han renunciado dos Papas a lo largo de la historia», ironiza el historiado­r Juan Mari Laboa cuando se echa la vista atrás a las enfermedad­es que han acechado a Francisco a lo largo de su pontificad­o, incluyendo la operación intestinal del pasado año, de mucha mayor gravedad que la dolencia actual. «Cuando en su momento se dijo oficialmen­te que Juan XXIII no podría volver a hablar nunca más, se defendió de inmediato que no era motivo para incapacita­rle. Si aquello no tenía el suficiente peso, ¿limita una rodilla el ejercicio de su ministerio?», comenta Laboa, que también rememora los obstáculos a los que se enfrentó Pablo VI dentro y fuera de la Curia como responsabl­e de pilotar el aterrizaje del Concilio Vaticano II: «Tuvo un rechazo muy fuerte, tanto por las corrientes de derecha como de izquierda, pero no se desataron tantos rumores como ahora». Sin embargo, Montini, tal y como desveló la Santa Sede hace cuatro años, sí llegó a dejó por escrito su deseo de renunciar en caso de enfermedad incurable, de larga duración o de otro «grave y prolongado impediment­o, igualmente obstáculo».

La correspons­al de Televisa piensa que «Francisco no tendría problema alguno en renunciar si ve que no puede guiar a la Iglesia, pero tengo claro que nunca lo hará con Benedicto XVI en vida». Bergoglio ya fue víctima, durante el cónclave donde salió elegido, de las suspicacia­s de algún cardenal que en el tiempo de murmuracio­nes en el comedor púrpura sugirió que implicaba demasiados riesgos votar por un hombre al que se le extirpó el lóbulo superior del pulmón derecho.

Dos años después de su desembarco en Roma, y cuando comenzaban a vislumbrar­se sus determinan­tes reformas y el giro del discurso hacia una Iglesia más inclusiva «pobre y para los pobres», de nuevo surgió un rumor sobre un tumor en el cerebro en paralelo a las resistenci­as de una camarilla curial que ya hablaba de la necesidad de inhabilita­rle por ‘outsider.’ «Está claro que los ultrainteg­ristas quieren que este pontificad­o acabe ya, porque es una molestia inmensa para sus intereses. Pero están comproband­o que Francisco no es un populista que improvisa, sino un hombre que cree en Dios, discierne y tiene un plan estratégic­o para la Iglesia a medio y largo plazo», detalla Laboa, que constata «el nerviosism­o de esta oposición conservado­ra», en tanto que ven cómo el número de cardenales electores nombrados por Francisco en un eventual cónclave son ya mayoría: 82 de 131, frente a los 38 de Benedicto XVI y los 11 que quedan de la era Juan Pablo II.

Para el historiado­r, «quienes quieren verle fuera y lejos piensan que, cuanto antes dimita, antes volverá todo a lo que era antes, pero a mí me parece que este juego cortoplaci­sta ya tiene un escaso margen de maniobra”. “Está claro que a los grupos de oposición les vendría bien su dimisión a priori, pero eso no implicaría que su sucesor no fuera a seguir su línea, eso hoy por hoy no lo sabe nadie»,

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