La Razón (Cataluña)

Crónica de una inflación anunciada

El desmadre de la inflación, que puede tener consecuenc­ias sociales dramáticas, ha cogido por sorpresa a Gobiernos y bancos centrales a pesar de las advertenci­as Jesús Rivasés

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ElEl día en el que el INE, con su presidente Juan Manuel Rodríguez Poo ya dimitido, iba a anunciar que la inflación trepaba por encima del 10% por primera vez en 35 años, Nadia Calviño se levantó temprano, aunque no tanto como Santiago Nasar, el personaje de

García Márquez, «el día que lo iban a matar». Esa mañana, un miércoles primaveral de junio, la «vice» primera del Gobierno, tenía que sustituir a su jefe Pedro Sánchez en la sesión de control parlamenta­rio al Gobierno. A la misma hora, el presidente ejercía de anfitrión en la cumbre de la OTAN y, en el «photocall», el «handsome» –guapo– presidente, como lo llama alguna prensa internacio­nal, se daba un atracón de fotos con líderes mundiales, desde

Biden, Macron o Schloz hasta la neozelande­sa

Jacinda Ardern. El inquilino de la Moncloa, que habla bien inglés –algo novedoso en un presidente español– y que se defiende bien en los ambientes internacio­nales, intenta que el fantasma de la inflación quede diluido, al menos por unos días, en el éxito de la Cumbre, un éxito de país y de ciudad, Madrid, reconocido incluso por el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo.

El día que la inflación le iba dar otro soponcio al Gobierno, el Decreto Ley aprobado en un Consejo extraordin­ario el sábado pasado, empezaba a ser papel mojado. Un IPC del 10,2% dejaba casi en nada los prometidos 200 euros para las familias que ingresen menos de 14.000 euros al año. Menos sería

nada, pero el alza de precios se come la cantidad. El economista atlantista Sánchez sabe que la inflación es otro de sus grandes problemas, pero que para hacerle frente se topará –además de con los riesgos electorale­s– con la posición de sus socios y ministros Yolanda Díaz, Irene Montero,

Ione Belarra y Alberto Garzón tan reacios al mínimo ajuste como a apoyar la presencia de otros dos destructor­es americanos en la base de Rota que, por cierto y aunque nadie lo diga, también servirían en el caso de amenazas procedente­s de la otra orilla del Mediterrán­eo. Al final, el denostado PP tendrá que sacarle las castañas del fuego al Gobierno cuando se vote el acuerdo con Estados Unidos. También estarán a favor Inés Arrimadas y Ciudadanos en un penúltimo intento de no ser irrelevant­es, aunque no son decisivos.

Estaba escrito y hubo muchas señales en los mercados y en el horizonte y muchas advertenci­as de los expertos. Muchos fueron los que no quisieron atenderlas o les restaron importanci­a, no solo Sánchez y Calviño, sino también los bancos centrales, desde la Reserva Federal de los Estados Unidos, que preside Jerome Powell, al Banco Central Europeo (BCE), de

Christine Lagarde, aunque en este último desde finales del año pasado algunos miembros del Consejo también eran más pesimistas. Estaba escrito. El 24 de octubre de 2021, este mismo suplemento dominical titulaba su portada «El fantasma de la inflación amenaza de nuevo» y añadía: «el gas, la luz y el petróleo disparan sus precios. El transporte mundial tiene dificultad­es y hay desabastec­imiento. Una tormenta perfecta que puede volver a desencaden­ar la moderna plaga bíblica de la inflación. En España, hace medio siglo rozó el 30%. Una catástrofe que hay que evitar». En aquellas páginas, expertos como José Luis Feito, José María Rotellar, Gregorio Izquierdo, Juan Ramón Rallo, Alicia Coronil o José Carlos Díez, entre otros, con más o menos contundenc­ia, advertían del peligro de que la inflación que se anunciaba ya fuera más alta y más menos pasajera de lo que defendían los que sostenían que se trataba de un fenómeno pasajero. «Una guerra se hace con balas y una inflación dinero», explicaba el desapareci­do

Enrique Fuentes Quintana, uno de los padres de los Pactos de la Moncloa. Hasta el ex-presidente

Zapatero recuerda a Friedman y que la inflación es un fenómeno monetario. El hecho –esta escrito– es que los bancos centrales han creado media docena de billones de dólares y de euros, de la nada, para luchar contra la crisis y para paliar los efectos de la pandemia. Antes o después, y hay mucha literatura sobre el asunto, la inflación, que es «un mal absoluto» como decía el banquero Rafael Termes, tenía que aparecer. Ahora, ha vuelto para quedarse y, como es letal para las economías y sobre todo para los más desfavorec­idos, habrá que adoptar medidas radicales. «Es muy probable que el proceso implique algo de dolor», explicó la semana pasada Jerome Powell en Sintra, en una reunión de banqueros centrales, en la que también estuvo Luis de Guindos, vicepresdi­ente del BCE. «Pero el dolor sería mayor –añadió Powell– si no se ataja esta inflación y se permite que se vuelva persistent­e». Estaba escrito y, aunque pueda sonar manido, era obviamente la «crónica de una inflación anunciada».

En octubre de 2021, numeroso un grupo de expertos, adelantaba en estas páginas que el alza de los precios iba a ser mucho mayor y más larga de lo esperado

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