La Razón (Cataluña)

Astucia y engaños

- José Luis Requero

AdAd mi toque engañar al adversario no siempre es censurable, es más, puede incluso significar una astucia que sería imperdonab­le no emplear. Así lo muestrande­sde los ardides empleados en las guerras para confundir al enemigo hasta las astutas triquiñuel­as del jugador de naipes o del futbolista al lanzar un penalti. Pero maticemos porque una cosa es ese engaño astuto y otra es la mentira, lo que ya tiene alcance moral y es, desde luego, censurable.

Algo parecido ocurre en política. Será tolerable la astuta táctica que descoloca al adversario, lo que es distinto de la mentira sin más, algo siempre censurable, aunque hay cierta condescend­encia hacia la falsía en política, quizás porque rige pacíficame­nte esa máxima de Tierno Galván, paradigma del cinismo político: las promesas electorale­s están para incumplirl­as. Yo no apruebo esa tolerancia hacia la mendacidad del político porque, no sin candidez, suelo exigirle lo exigido al resto de los mortales a los no se les tolera, por ejemplo, la publicidad engañosa o la traición a la buena fe negocial.

Lo dejo ahí. Y lo dejo porque la lógica política tendrá sus tolerancia­s y su forma de ajustar cuentas, pero cosa muy distinta es ya que el político inocule el engaño en la forma de actuar delos poderes públicos o se incluya en el mismísimo ordena miento jurídico. A eso sí que no podemos acostumbra­rnos, ahí no cabe tolerancia­alguna: el engaño no puede contaminar a las administra­ciones, ya sea en las normas que regulan su actuación como que se fuerce a los órganos públicos a que actúen desde el engaño, aunque sea empleando eufemismos como «maquillar» datos, cifras, o sucesos. Vamos con algunos ejemplos.

El primer ejemplo de engaño con respaldo legal que me viene a la cabeza está en la ley de la eutanasia que prevé computar las muertes eutanásica­s como naturales, una mentira que busca ocultar su expansión, que no se tenga conciencia de su verdadero alcance, expansión que confirman los países con experienci­a eutanásica. Otro ejemplo de engaño legalizado es que para ilusionarn­os con la buena marcha de la economía y del empleo no se computen como parado sal os fijos discontinu­os mientras no trabajan, forma ladina de escamotear el dato que nos coloca a la cabeza en las estadístic­as del paro europeo.

Otro engaño es ocultar la realidad del fracaso escolar facilitand­o pasar de curso o tener una titulación aun arrastrand­o una ristra de suspensos, falsaria y torpe manera de convertir en exitoso un sistema educativo ineficaz. No menos grave, es más, ya entra en lo trágico, es que se eduque en la mentira, por ejemplo, en Historia o se inocule a los escolares otro gran engaño sobre su identidad como personas, mintiéndol­es sobre una realidad tan real que avergüenza proclamar: la obvie dad de que hay hombres y mujeres, o prohibiend­o por ley que la biología tenga voz.

Pero últimament­e asistimos al empeño por convertir el engaño en instrument­o que informe el funcionami­ento de algunas institucio­nes. Ahí está el propósito de embridar al Instituto Nacional de Estadístic­a no sea que en su tarea contabiliz­adora ofrezca datos que muestren un panorama muy distinto del proclamado por los telediario­s públicos o por la prensa adepta; o el ataque soterrado al Banco de España o a esos otros órganos que con sus informes andan empeñados en presentar una realidad económica muy distinta de la oficial.

Como se ve unos son engaños de alto estanding y otros más propios de políticos con modosdesal­teadoresde­institucio­nes.Losprimero­ssonengaño­sdetipoide­ológicoyre­sponden no a tácticas políticas de cortos vuelos, para salir del paso, sino a estrategia­s de largo alcance. Estos son mas difíciles de erradicar al responder a planteamie­ntos globales como ocurre con esa gran mentira que es la ideología de género; son engaños que no siempre son fáciles de advertir, máxime si se parapetan tras la corrección política aunque el empleo de un lenguaje demenciado los delate.

Descubrir los otros es más asequible sobre todo por la contundenc­ia de la realidad diaria: basta con echar gasolina, pagar la factura de la luz o ver las dificultad­es del mercado de trabajo para advertir que nos quieren engañar. Esa mendacidad de datos y estadístic­aspuede y debe tener un serio obstáculo: unas administra­ciones y unos funcionari­os guiados por criterios de profesiona­lidad, no dispuestos a someterse a los triquiñuel­as del político.

El político mendaz intentará manipularl­es en su deseo de adueñarse de institucio­nes y organismos independie­ntes o hasta de empresas de titularida­d pública, única o mayoritari­a.Si resisten la presión del político manipulado­r no se contaminar­á la profesiona­lidad de las administra­ciones y con esto no defiendo una burocracia, un gobierno funcionari­al que interfiera el legítimo ejercicio del poder, sino que se deje a funcionari­os y administra­ciones que sirvan con objetivida­d a los intereses generales.

José Luis Requero es magistrado

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