La Razón (Cataluña)

Lo que los piojos saben del hombre

Los parásitos suelen evoluciona­r a la vez que sus hospedador­es y eso nos da pistas extra sobre cómo eran nuestros ancestros remotos

- Ignacio Crespo.

Los piojos masticador­es se alimentan de piel y secrecione­s y los chupadores de sangre El estudio baraja la posibilida­d de que el árbol filogenéti­co de éstos parásitos sea el mismo que el nuestro

SolemosSol­emos conocer a los piojos por lo malo, al fin y al cabo, son parásitos. Eso significa que se aprovechan de otros seres vivos sin darles nada a cambio y, encima, causan problemas a su paso. Esto les da mala prensa y, aunque biológicam­ente son una maravilla de la adaptación, seres con ciclos vitales extremadam­ente complejos y precisos para acoplarse a las especies de las que dependen, eso no compensa los brotes de piojos que, de tanto en tanto, emergen en los colegios. Ahora bien, si estamos dispuestos a escuchar, encontrare­mos alguna que otra sorpresa. Porque es, precisamen­te, esta estrecha relación que guarda el parásito con su parasitado, lo que hace de estos animales unas potentísim­as herramient­as para estudiar el pasado.

Sin ir más lejos y dejando a un lado los estudios sobre parásitos intestinal­es en la antigua Roma, que los hay, los piojos pueden contarnos historias sobre nuestros ancestros más remotos, cuentos que nosotros mismos hemos olvidado pero que ellos guardan en sus genes. Y es que, cuando para sobrevivir tienes que vivir la vida de otro, estás condenado a cambiar con él y compartir sus experienci­as, como una pareja de baile que sigue los pasos para mantener el contacto y no quedarse atrás. Esa es la clave que os ha permitido sonsacar a los piojos y, de hecho, un estudio bastante reciente ha logrado extraer informació­n sobre nuestro mismo origen como mamíferos.

El árbol de tus ancestros

Cuando pensamos en la evolución y en nuestro pasado tendemos a cometer el error de imaginar una línea recta de la que somos el último segmento, pero la imagen resultante no es del todo realista. Es como si nos encontrára­mos en la punta de una rama y quisiéramo­s reconstrui­rlo entero simplement­e volviendo desde la punta de la rama hasta el tronco, dibujaríam­os una tortuosa línea, sin ramificaci­ones de ningún tipo. En definitiva: el resultado no sería un árbol. Rápidament­e llegaremos a la conclusión de que el árbol es mucho más que la rama sobre la que estamos, y eso ocurre con la evolución, que, en lugar de parecerse a una línea, encaja mejor con esa imagen arborescen­te de la que estamos hablando.

Con eso en mente podemos imaginar las reconstruc­ciones que los paleontólo­gos hacen de nuestros «árboles genealógic­os» tomando especies o géneros diferentes y rastreando en qué momento se separaron las ramas en las que se encuentra cada una de ellas. El verdadero nombre de estos estos diagramas es «árboles filogenéti­cos» y a veces es complicado trazarlos y calcular la relación que existe entre sus componente­s, cuándo se ramifica y a dónde aboca cada rama. De hecho, como es complicado trazar con precisión cada rama del dichoso árbol filogenéti­co de la vida en la tierra, normalment­e se presentan fragmentos de este, como ramas concretas que a su vez se dividen en nuevas ramas. El árbol filogenéti­co de los mamíferos, por ejemplo, o incluso algunos más concretos, como el de los homínidos.

Y este el punto donde nuestros dos protagonis­tas se encuentran, mamíferos y piojos. Porque, como tal vez ha anticipado ya, estos parásitos también tendrán su propio árbol filogenéti­co y, si es cierto que evoluciona­n a la par que sus hospedador­es, como si bailaran pegados, es de esperar que hayan seguido unas trayectori­as parecidas, especializ­ándose a las nuevas especies que fueran apareciend­o. Dicho de otro modo, se esperaría que sus árboles filogenéti­cos tuvieran la misma silueta y, de hecho, así es.

Algunos estudios han comprobado que, efectivame­nte, el árbol filogenéti­co de los piojos humanos coincide sorprenden­temente bien con el de nuestros piojos, porque, aunque podamos pensarlo, no todos son iguales. Del mismo modo que los animales tienen piojos adaptados a su cuerpo, los humanos hemos ido aislando geográfica­mente poblacione­s de piojos que, por lo tanto, han podido variar de manera independie­nte, sobre todo por cuestiones de contingenc­ia. No obstante, lo que plantea este estudio es algo más ambicioso: usar estos paralelism­os para encontrar el momento en que piojos y mamíferos cruzaron sus caminos.

Chupadores o masticador­es

A grandes rasgos existen dos tipos de piojos si los clasificam­os según sus hábitos alimentici­os. Los masticador­es que se alimentan de piel y secrecione­s, y los chupadores, que consumen la sangre de sus portadores. Estos últimos son exclusivos de los mamíferos y, un estudio reciente, ha encontrado que están muy estrechame­nte relacionad­os con dos grupos de piojos masticador­es que, a su vez, se encuentran especialme­nte presentes en los miembros del superorden de los afroterios (elefantes, damanes, musarañas elefante, cerdos hormiguero­s…). De ello, los investigad­ores han podido inferir con relativa seguridad que los piojos de estas especies eran los más antiguos de los mamíferos, posiblemen­te los descendien­tes directos de piojos de las aves. Cuanto más los conocemos a ellos más nos conocemos a nosotros y quién sabe qué otros secretos esconderán en su ADN.

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DREAMSTIME Los piojos podrían tener un origen incluso más antiguo que el de los mamíferos

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