Lo que los piojos saben del hombre
Los parásitos suelen evolucionar a la vez que sus hospedadores y eso nos da pistas extra sobre cómo eran nuestros ancestros remotos
Los piojos masticadores se alimentan de piel y secreciones y los chupadores de sangre El estudio baraja la posibilidad de que el árbol filogenético de éstos parásitos sea el mismo que el nuestro
SolemosSolemos conocer a los piojos por lo malo, al fin y al cabo, son parásitos. Eso significa que se aprovechan de otros seres vivos sin darles nada a cambio y, encima, causan problemas a su paso. Esto les da mala prensa y, aunque biológicamente son una maravilla de la adaptación, seres con ciclos vitales extremadamente complejos y precisos para acoplarse a las especies de las que dependen, eso no compensa los brotes de piojos que, de tanto en tanto, emergen en los colegios. Ahora bien, si estamos dispuestos a escuchar, encontraremos alguna que otra sorpresa. Porque es, precisamente, esta estrecha relación que guarda el parásito con su parasitado, lo que hace de estos animales unas potentísimas herramientas para estudiar el pasado.
Sin ir más lejos y dejando a un lado los estudios sobre parásitos intestinales en la antigua Roma, que los hay, los piojos pueden contarnos historias sobre nuestros ancestros más remotos, cuentos que nosotros mismos hemos olvidado pero que ellos guardan en sus genes. Y es que, cuando para sobrevivir tienes que vivir la vida de otro, estás condenado a cambiar con él y compartir sus experiencias, como una pareja de baile que sigue los pasos para mantener el contacto y no quedarse atrás. Esa es la clave que os ha permitido sonsacar a los piojos y, de hecho, un estudio bastante reciente ha logrado extraer información sobre nuestro mismo origen como mamíferos.
El árbol de tus ancestros
Cuando pensamos en la evolución y en nuestro pasado tendemos a cometer el error de imaginar una línea recta de la que somos el último segmento, pero la imagen resultante no es del todo realista. Es como si nos encontráramos en la punta de una rama y quisiéramos reconstruirlo entero simplemente volviendo desde la punta de la rama hasta el tronco, dibujaríamos una tortuosa línea, sin ramificaciones de ningún tipo. En definitiva: el resultado no sería un árbol. Rápidamente llegaremos a la conclusión de que el árbol es mucho más que la rama sobre la que estamos, y eso ocurre con la evolución, que, en lugar de parecerse a una línea, encaja mejor con esa imagen arborescente de la que estamos hablando.
Con eso en mente podemos imaginar las reconstrucciones que los paleontólogos hacen de nuestros «árboles genealógicos» tomando especies o géneros diferentes y rastreando en qué momento se separaron las ramas en las que se encuentra cada una de ellas. El verdadero nombre de estos estos diagramas es «árboles filogenéticos» y a veces es complicado trazarlos y calcular la relación que existe entre sus componentes, cuándo se ramifica y a dónde aboca cada rama. De hecho, como es complicado trazar con precisión cada rama del dichoso árbol filogenético de la vida en la tierra, normalmente se presentan fragmentos de este, como ramas concretas que a su vez se dividen en nuevas ramas. El árbol filogenético de los mamíferos, por ejemplo, o incluso algunos más concretos, como el de los homínidos.
Y este el punto donde nuestros dos protagonistas se encuentran, mamíferos y piojos. Porque, como tal vez ha anticipado ya, estos parásitos también tendrán su propio árbol filogenético y, si es cierto que evolucionan a la par que sus hospedadores, como si bailaran pegados, es de esperar que hayan seguido unas trayectorias parecidas, especializándose a las nuevas especies que fueran apareciendo. Dicho de otro modo, se esperaría que sus árboles filogenéticos tuvieran la misma silueta y, de hecho, así es.
Algunos estudios han comprobado que, efectivamente, el árbol filogenético de los piojos humanos coincide sorprendentemente bien con el de nuestros piojos, porque, aunque podamos pensarlo, no todos son iguales. Del mismo modo que los animales tienen piojos adaptados a su cuerpo, los humanos hemos ido aislando geográficamente poblaciones de piojos que, por lo tanto, han podido variar de manera independiente, sobre todo por cuestiones de contingencia. No obstante, lo que plantea este estudio es algo más ambicioso: usar estos paralelismos para encontrar el momento en que piojos y mamíferos cruzaron sus caminos.
Chupadores o masticadores
A grandes rasgos existen dos tipos de piojos si los clasificamos según sus hábitos alimenticios. Los masticadores que se alimentan de piel y secreciones, y los chupadores, que consumen la sangre de sus portadores. Estos últimos son exclusivos de los mamíferos y, un estudio reciente, ha encontrado que están muy estrechamente relacionados con dos grupos de piojos masticadores que, a su vez, se encuentran especialmente presentes en los miembros del superorden de los afroterios (elefantes, damanes, musarañas elefante, cerdos hormigueros…). De ello, los investigadores han podido inferir con relativa seguridad que los piojos de estas especies eran los más antiguos de los mamíferos, posiblemente los descendientes directos de piojos de las aves. Cuanto más los conocemos a ellos más nos conocemos a nosotros y quién sabe qué otros secretos esconderán en su ADN.