El Tour se blinda contra el Covid Víctor Martín.
► En plena ola de contagios por España y Europa, la organización establece un protocolo restrictivo, pero menos drástico que en 2021
Mientras la caravana del Tour pone rumbo a Francia, por toda Europa crece la inquietud ante una nueva ola de contagios de covid-19. La séptima, dicen. Cierto que ya no estamos en el escenario de 2020 ni en la letalidad del virus ni en las medidas restrictivas para frenar su expansión. Pero la «Grande Boucle» tampoco es ajena a la situación sanitaria a nivel continental.
Por eso, la organización de la carrera tiene establecido un protocolo para limitar al máximo los contagios y una serie de restricciones para hacer el efecto burbuja, minimizar los contactos y reducir daños todo lo posible. Hay que tener en cuenta, además, que el Tour es el espejo en el que se mira el resto de carreras del calendario anual. Por lo que es indispensable que la situación esté bajo control para la propia imagen de este deporte.
Para poder tomar parte en la carrera, los ciclistas tenían que realizarse pruebas de antígenos. La última de ellas, 48 horas antes de la contrarreloj de Copenhague. En esa criba se fueron a casa seis ciclistas, que tuvieron que ser sustituidos deprisa por sus equipos.
Pero esta vez las decisiones han sido mucho menos drásticas. Por ejemplo, en 2020 un test positivo implicaba la exclusión inmediata del corredor. Este año no. En caso de dar positivo había una segunda prueba para determinar el ciclo de contagio. Por poner un ejemplo, Bob Jungels pudo seguir en carrera porque este análisis de confirmación determinó que ya no tenía capacidad de transmisión, pese a tener el virus en su cuerpo.
Unos días antes, la Unión Ciclista Internacional, máximo órgano rector del ciclismo a nivel mundial, determinó este sistema de doble prueba para tratar de evitar las imágenes vistas en otras carreras a lo largo de estos dos años con equipos casi al completo abandonando porque varios de sus ciclistas dieran positivo.
A partir de ahí empiezan las medidas restrictivas. El uso de la mascarilla sigue siendo fundamental.
Los corredores sólo se la quitan prácticamente cuando están en carrera, y los mecánicos y auxiliares viven casi todo el tiempo con la cansina prenda puesta. Por supuesto, todo trabajador relacionado con la carrera –seguridad, periodistas...– debe ir también ataviado con la mascarilla. También es obligatoria en las ceremonias de podio y conferencias de prensa presenciales.
El acceso a la zona de control de firmas también está restringido. Sólo pueden entrar corredores, técnicos, la televisión, organizadores, patrocinadores, autoridades de la localidad que alberga la salida y el «speaker» de la carrera. Algo similar sucede en las líneas de meta y en el resto de espacios donde hay presencia de ciclistas.
Pero, quizá, la medida que más impacto visual –y emocional– tiene es la relacionada con el público. En un deporte como el ciclismo, que se diferencia por su cercanía con los aficionados sobre todo en los minutos previos a la salida, no es para nada sencillo tomar la determinación de alejar a la gente de sus ídolos. Pero las circunstancias mandan. De ahí que el Tour haya dispuesto que el parking donde cada día estacionan los autobuses de los equipos esté cerrado al público. Así, la interacción con los aficionados se rebaja al mínimo.
Sí se mantiene como estaba la libertad de que la afición anime en las carreteras, así se han podido ver en estos primeros tres días por Dinamarca las cunetas abarrotadas como si de los Alpes se tratase. La covid todavía no se ha ido y el pelotón aún tiene que tomar algunas precauciones, pero al menos la imagen de las carreteras vacías y desangeladas parece haber quedado atrás definitivamente.