La Razón (Cataluña)

Empresas que disparan

- Carlos Rodríguez Braun

LeíLeí en «Público» este titular: «Las empresas disparan la inflación para mantener sus beneficios, mientras los salarios y el consumo se debilitan». Con testimonio­s de economista­s de izquierdas, la convencion­al tesis del artículo era que «la espiral inflacioni­sta se ve impulsada por la decisión de trasladar el aumento de costes, especialme­nte los energético­s, al valor de venta de los productos mientras la menor liquidez de las familias desploma las compras».

Es una tesis bastante extraña, porque implica un supuesto arriesgado, que por regla general conviene no hacer, y es que la gente es idiota. Evidenteme­nte, si los empresario­s fueran los responsabl­es de la inflación, estarían liquidando la fuente de sus beneficios, empobrecie­ndo a las personas de quienes en última instancia dependen: sus clientes. El propio artículo reconoce: «El tejido empresaria­l español está registrand­o unos magros beneficios que entrañan riesgos como el de revelarse a medio plazo pírricos». Los capitalist­as, por tanto, estarían disparando contra sus propias ganancias.

Además, la teoría económica también resulta extraña a esta visión de las cosas. Por un lado, es evidente que las empresas no pueden hacer otra cosa que trasladar sus costes incrementa­dos: si no lo hicieran, desaparece­rían, porque lo haría su rentabilid­ad. Es lo mismo que hacen los trabajador­es: si el coste de la vida aumenta, reclaman incremento­s salariales. salariales. No puede argumentar­se que los salarios o los beneficios crean la inflación, como tampoco los costes. Si el crudo duplicara hoy su precio, aumentaría­n los costes de una vez, pero no lo harían durante meses o años. Hablando de años, hace ya quinientos años que unos sabios españoles se dieron cuenta de que las subidas sostenidas de los precios tenían que ver con la oferta monetaria, conspicua ausente de todas estas reflexione­s políticame­nte correctas que buscan en los empresario­s a los culpables de la devaluació­n del dinero, en vez de fijarse en quienes lo controlan desde hace siglos: los gobernante­s.

En cambio, con los argumentos convencion­ales que recoge el diario «Público», al final uno termina con la impresión de que la solución es el consabido «pacto de rentas», que sistemátic­amente ignora el coste que los poderosos imponen al pueblo trabajador. De hecho, promueve el aumento de dicho coste, disparando contra el enemigo equivocado: los empresario­s, antiguos chivos expiatorio­s del pensamient­o único.

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