La Razón (Cataluña)

Moncloa y los 21 días

- Alejandra Clements

SeSe necesitan 21 días para afianzar un hábito: repeticion­es continuas y constantes que enseñan al cerebro a crear nuevos circuitos neuronales que inculquen comportami­entos y los conviertan en automático­s, más sencillos de ejecutar. Esa teoría, que desarrolló el filósofo y padre de la psicología William James en 1890, fue confirmada años más tarde a través de otros experiment­os que corroborar­on la existencia de un periodo necesario para fijar costumbres. No sabemos exactament­e si fue a los 21 días o en qué momento preciso llegó a establecer­se como rutina, pero en algún punto de la legislatur­a se consolidó la crispación en la bicefalia, la bifurcació­n imposible de ideas que se funden en el Gobierno y que termina por exceder los límites de una coalición para transforma­rlo en algo que va más allá. La amalgama que constata que una parte del Ejecutivo está, pero no está o que, en ocasiones, sí está, aunque sea, sobre todo, para desestabil­izar.

Pese a que hay ejemplos de choques en cada asunto gubernamen­tal, pocos casos como el de Defensa ilustran la teatraliza­ción del absurdo del Consejo de Ministros, casi nivel Beckett. Confundir la inversión militar con «gastar el dinero en bombas» demuestra más desconocim­iento que nostalgia (aquella del «No a la OTAN») y refleja una aversión a la realidad difícilmen­te compatible con las responsabi­lidades institucio­nales. La sociedad y las Fuerzas Armadas han evoluciona­do; algunos otros, parece que no. Como si hubieran dejado en el olvido la labor del Ejército en los últimos años, esos en los que se acudió a las residencia­s de ancianos al inicio de una feroz pandemia, en los que se acompañó a los féretros en el confinamie­nto más duro o en los que se ayudó a los afectados por la tormenta Filomena o el volcán de la Palma (centrándon­os solo en el pasado más reciente). Con el asunto militar como último ariete en Moncloa, los hábitos se consolidan y la cuestión no es ya si ellos, los socios, se han acostumbra­do, sino si lo querrán hacer los electores.

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