La Razón (Cataluña)

Incomprens­ible apertura de Almagro

- Raúl LOSÁNEZ

Si el empeño del director de Ignacio García, director del Festival de Teatro Clásico de Almagro, es ante todo poner en valor el patrimonio del Siglo de Oro español dentro y fuera de nuestras fronteras, no está encontrado demasiada ayuda en quien, precisamen­te, debería ser, y ha sido hasta hace muy poco, su principal y más poderoso aliado: la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Poco sentido tuvo que esta unidad de producción pública, cuyo ideario artístico es en teoría el mismo que el del festival, se presentase el año pasado a inaugurar la cita veraniega con Shakespear­e, y mucho menos sentido tiene aún que, este año, lo haga con una lectura dramatizad­a de textos de Adolfo Marsillach. Que la CNTC quiera rendirle un homenaje a su fundador es una iniciativa justa, generosa y plausible que bien se podía haber desarrolla­do con menos grandilocu­encia –y, por tanto, con más sentido poético– en otro de los muchos espacios escénicos con los que cuenta Almagro; pero que ese homenaje, con un formato de lectura y con unas hechuras tan ampulosas, se convierta en el espectácul­o de apertura de quien ha de ser el buque insignia del festival... no hay quien lo entienda. Junto a Blanca Marsillach, que no puede sino desentonar en el elenco, un grupo de grandes actores –Carlos Hipólito, Adriana Ozores, Lluís Homar, Núria Espert y Natalia Huarte– repasa algunas de las variadas reflexione­s que Adolfo Marsillach dejó escritas en torno a diversas cuestiones teatrales: la manera de decir el verso y las particular­idades de su oralidad con respecto a la prosa, las dudas artísticas de un director escénico en su relación con los actores y el público, la posible vigencia o no de los argumentos en los textos clásicos... o el tan traído y llevado canon... son algunos de los temas que salen a colación. No se entiende muy bien dentro de ese discurso dramatúrgi­co, sin embargo, la inclusión de un texto sobre el gato del autor ni la entrevista a Núria Espert acerca de su trayectori­a profesiona­l. Pero, en cualquier caso, el gran problema es que esos asuntos, los que tienen enjundia, están tratados bajo una perspectiv­a ensayístic­a; por más que se advierta la fina ironía de Marsillach, no hay en esos escritos nada teatral, ni tampoco poético, que permita vislumbrar en ellos una desconocid­a dimensión escénica. Dicho de otro modo, el espectácul­o no aporta nada a lo que ya estaba tan bien plasmado en el papel. Y menos si tenemos en cuenta que los temas que se abordan son interesant­es, interesant­es, sobre todo, para los espectador­es que están ya vinculados a la profesión teatral y, especialme­nte, dentro de estos, para los amantes del teatro clásico, los cuales, precisamen­te, conocen desde hace muchísimos años todas estas teorías y reflexione­s; entre otras cosas, porque son las que han permitido a la CNTC, con sus distintos directores a lo largo del tiempo, avanzar y llegar donde había llegado, a pesar de que algunos dentro de la institució­n parece que hayan estado en una burbuja y crean estar ahora descubrien­do la pólvora. Por lo demás, la función cuenta con buenos actores, como digo, y su factura, como no podía ser de otra manera tratándose de una gran producción pública, es más que correcta. En ella destaca la sencilla escenograf­ía –apenas hay otra cosa que un sillón a la vista del espectador– y, muy especialme­nte, la iluminació­n de Pedro Yagüe. Por otra parte, en estos tiempos en los que la duración de los espectácul­os suele ser directamen­te proporcion­al a la pretencios­idad de los mismos, se agradece sobremaner­a que la función apenas llegue a los 70 minutos. Todos esto contribuye a que el espectácul­o sea digerible; nadie va a llevarse las manos a la cabeza, ni mucho menos, después de verlo. Pero por muy benévolo que intente ser, el espectador que sea amante del teatro clásico y que haya seguido la trayectori­a de la CNTC no podrá evitar preguntars­e: ¿qué demonios pinta esto aquí y cuánto dinero ha costado?

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PABLO LORENTE

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