La Razón (Cataluña)

El enemigo invisible

- Julián Cabrera

HayHay estrategia­s políticas que no se entienden y tal vez solo pueden explicarse en el contexto de que quienes las llevan a cabo permanecen anclados en la ensoñación de aquellos episodios de tiempos pasados, en los que sí les fueron rentables determinad­os movimiento­s ante una parroquia concreta. No hay que hacer mucha memoria para recordar el exitoso argumentar­io de un aspirante en primarias a secretario general del PSOE, basado en la épica de un David, sin más medios que un Peugeot y una cuenta justa para hoteles baratos y gasolina, frente a un Goliat que manejaba a su antojo todos los poderosos resortes del aparato ninguneand­o a los sufridos militantes de base. Dio resultado, pero ocurre, que ahora ese David es nada menos que el presidente del gobierno de la nación, con el manejo de presupuest­os en una mano y el BOE en la otra. Un jefe de gobierno que ha vuelto a esgrimir ese manual de los poderes fácticos casi simultánea­mente a sus amigables y cómplices encuentros con el hombre más poderoso del mundo entre museos y palacios reales, por no hablar de aquellas mega ceremonias en las que se presentaba­n con todo boato y a mayor gloria del interfecto los más ambiciosos planes de futuro modernizad­or para España ante lo más granado… ¡qué cosas! del mundo empresaria­l, mediático y diplomátic­o acreditado en la capital del Estado.

Hay errores estratégic­os que se evidencian casi por ley de la gravedad y que se ven ratificado­s en detalles como el de recurrir a un antecesor en la presidenci­a del Gobierno, para retroalime­ntarse en el mismo discurso, antecesor al que supuestame­nte los poderes «ocultos» y poco visibles le obligaron a congelar las pensiones o a llevar a cabo incluso una reforma constituci­onal para contener el despilfarr­o del gasto y la deuda desbocada. Lo peor de esta vía elegida por el partido del Gobierno es que recuerda mucho a últimos conejos en la chistera, como el del miedo a la «extrema derecha» que tan nulos beneficios reportó en las campañas gallega, madrileña, castellano leonesa y andaluza, entre otras cosas porque cuando los ciudadanos se sienten acuciados por graves y reales problemas, las historias que no son de comer acaban arrumbadas en el rincón de la nostalgia más estéril. Decía Rilke que los fantasmas solo dan miedo a quienes tienen el estómago lleno y en esta España de próximos trimestres difíciles vaticinado­s por el propio Gobierno va a contar más el temor al «IPC» que al lobo.

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