En paz Mario MUÑOZ CARRASCO
Brahms es mejor en la amargura que en la alegría. Los dos primeros movimientos de su Réquiem alemán son catedrales de la tristeza, y el resto conforma una obra maestra que intenta despedirse en paz de muchos tipos de dolor. Es una composición alejada de la liturgia, «porque toda carne es como la hierba», reza el arranque del segundo movimiento, y resume bien lo que ofrece esta música: la fragilidad y la fuerza que otorga todo lo que se ama y su pérdida. Es una inmejorable despedida para una gran temporada de la OCNE, que ha dejado momentos magníficos.
La visión de Afkham de esta pieza es de una extrema serenidad, buscando ajustar la escritura instrumental a la flexibilidad de la dicción para que el texto fluya con la naturalidad del habla y con la eficiencia del susurro, como quedó demostrado desde las dos primeras palabras. Crescendi construidos lentamente, búsqueda continua de colores instrumentales claros y un balance pensado para destacar al coro por encima de la orquesta fueron las primeras decisiones. La respuesta de la orquesta fue modélica, asumiendo la responsabilidad en particular en ese complejo primer movimiento que mantiene en silencio la habitual voz lírica de la orquesta, los violines, para dejar hablar a las sombras.
Los solistas eran más que contrastados: el barítono Peter Mattei regaló uno de los momentos más luminosos de la velada. Con gran refinamiento se sucedieron las intervenciones de Katharina Konradi, con un vibrato integrado con naturalidad y una línea de canto que no buscaba protagonismo sino que su timbre se despolarizara hasta dejar sólo el peso de la palabra y el sonido sumado al acompañamiento orquestal. Gran despedida de temporada, en resumen.