La Razón (Cataluña)

Paridad de euro y dólar

- Juan Ramón Rallo

AyerAyer sucedió algo que no ocurriría desde hace 20 años: el euro tocó la paridad con el dólar, es decir, que entregando un euro en los mercados de divisas apenas podíamos conseguir un dólar. Recuérdese, a este respecto, que allá por 2008 cada euro nos permitía acceder a 1,6 dólares: a saber, desde entonces la moneda común se ha depreciado alrededor de 40%. Más frenética, no obstante, ha sido la depreciaci­ón experiment­ada durante el último año, cuando ha pasado de 1,22 dólares por euro a la paridad actual, una caída de casi el 20% en apenas doce meses.

¿Por qué razón? En esencia, por tres. Primero, la Reserva Federal estadounid­ense está siguiendo una política monetaria contractiv­a más agresiva que el Banco Central Europeo: no es sólo que la Fed ya haya ubicado sus tipos de interés en el 1,5% mientras que el BCE los mantiene en el 0%, sino sobre todo que la perspectiv­a de subida de tipos es también más acusada en EEUU que en la Eurozona. Y el diferencia­l de tipos de interés hace que el capital esté fluyendo hacia el otro lado del charco –más demanda de dólares y menos demanda de euros–. Segundo, porque desde el inicio de la guerra en Ucrania, el superávit comercial de la Eurozona se ha esfumado: nuestras exportacio­nes caen y nuestras importacio­nes se disparan.

Tener superávit comercial significa que los extranjero­s compran más nuestra moneda de lo que nosotros compramos la suya –al menos, con finalidade­s comerciale­s–, pero ahora esa relación positiva en nuestro favor se ha esfumado. Y tercero, porque la perspectiv­a de recesión –cada vez más extendida en los mercados– lleva a que los inversores busquen refugio en monedas de reserva internacio­nales… como el dólar o el franco suizo. Por eso, en términos generales, el dólar se está apreciando contra el conjunto de divisas internacio­nales, incluyendo frente al euro. Éstos son, pues, los motivos. ¿Y las consecuenc­ias? Pues que supuestame­nte tenderemos a exportar más y a importar menos, pero, siendo nuestras importacio­nes energética­s muy inelástica­s, puede que la depreciaci­ón impulse más el gasto en importacio­nes que en exportacio­nes. Un panorama poco alentador.

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