«Después de fallecer mi madre, mi padre se apagó, se quedó muy tocado», admite Santiago Segura
con el reglamentario gag de niñatadas que sustenta los escenarios cómicos de lo familiar: un accidente, una ruptura y un ortodoxo «tierra, trágame». Los niños parten accidentalmente una figura del Niño Jesús por la que Segura profesa una especial querencia y se ven obligados a sustituir teniendo que lidiar con el hándicap de que se trata de una pieza única de anticuario. En mitad del embrollo y con una Marisa (la madre) menos protagonista que en anteriores ocasiones, la hija mayor, cuya adicción permanente a las redes sociales el director exagera humorísticamente para mostrar los vicios de una juventud pegada a las pantallas que se muestra incapaz de empatizar con la realidad, rompe con su novio, Ocho (a quien da vida el mallorquín Diego García-Arroba, conocido artísticamente como «El Cejas»), que verá en la inesperada empatía de su suegro, Javier, el canal necesario para tratar de reconquistarla. El tándem interpretativo clave en esta tercera entrega recae en la figura de los abuelos –y consuegros– formado por Carlos Iglesias (el padre de Marisa y suegro de Javier) y la siempre enérgica Loles León (la madre de Javier), cuya soledad sobrevenida adquiere una doble lectura sobre el arrinconamiento progresivo de las personas mayores dentro de algunas familias. Extrapolando esta situación a su experiencia personal, Segura reconoce que «mis padres por desgracia han fallecido, pero quiero pensar que fueron muy felices mientras vivieron y que en ningún momento se sintieron fuera del círculo familiar. Mi padre tal vez un poco más: le ocurrió lo que les pasa a muchos otros, yo creo. Después de fallecer mi madre se apagó, quedó muy tocado psicológicamente, hasta el punto de que yo, pasado el tiempo, he llegado a la conclusión de que tendría que haber hecho lo posible porque hubiera ido al psiquiatra para darle las herramientas necesarias y sobrellevarlo. Pero, claro, como en esa generación no se hablaba de la depresión con la naturalidad y la toma de conciencia sobre que es un problema real como ocurre ahora, no se pudo hacer. Ojalá lo hubiera llevado», admite Segura antes de sazonar la despedida con la dosis de humor necesario: «Dicen que a los hijos se les conoce en la vejez. Mis hijas están a tiempo de arrinconarme».